Creer, concebir, lograr: la ecuación de Ali
Creado el: 12 de septiembre de 2025

Si mi mente puede concebirlo y mi corazón puede creerlo, entonces puedo lograrlo. — Muhammad Ali
De la idea al impulso vital
El aforismo encadena tres verbos con una lógica seductora: la mente concibe, el corazón cree y, entonces, la voluntad actúa. Esta secuencia transforma un deseo nebuloso en un proyecto con pulso. Aunque se populariza con Muhammad Ali, su linaje es más amplio: Napoleon Hill escribió “lo que la mente puede concebir y creer, lo puede lograr” en Think and Grow Rich (1937), y variantes circularon en la oratoria cívica del siglo XX. Ali, sin embargo, le dio carne y música al principio, mostrando que la convicción no es solo una emoción, sino una fuerza orientada a la acción. Así, la frase no promete milagros; propone una disciplina: imaginar con claridad, creer con coherencia y moverse con intención.
Ali en Kinshasa: fe con estrategia
Esta promesa toma cuerpo en el “Rumble in the Jungle” (Kinshasa, 1974). Contra George Foreman, favorito abrumador, Ali combinó creencia y cálculo. Durante ocho asaltos ejecutó el rope-a-dope, absorbiendo golpes en las cuerdas para fatigar a su rival, y lo noqueó en el octavo. Su confianza no era alucinación: estaba anclada en una lectura táctica, un campamento exigente y una narrativa personal de resiliencia. Creer, aquí, fue sostener el plan bajo presión, resistir el miedo y detectar el instante oportuno. La lección es nítida: la fe que moviliza resultados no niega la realidad; la interpreta y la organiza a favor de la meta.
Autoeficacia: creer para poder actuar
Más allá del ring, la psicología explica el mecanismo. Albert Bandura (1977) llamó autoeficacia a la creencia en la propia capacidad para ejecutar conductas específicas. Sus fuentes son entrenables: experiencias de dominio, modelos a seguir, persuasión social y lectura de señales fisiológicas. La evidencia muestra que, con autoeficacia alta, elegimos metas desafiantes, persistimos ante obstáculos y recuperamos el enfoque tras los errores. Así, la parte del corazón en la frase de Ali no es sentimentalismo: es un juicio práctico sobre lo que es factible para mí, aquí y ahora. Y cuando ese juicio se nutre de logros pequeños y feedback honesto, se convierte en un motor fiable.
Ensayo mental: de la imagen a la ejecución
Si creemos, necesitamos practicar cómo. El ensayo mental traduce la concepción en patrones de acción. Un metaanálisis clásico mostró efectos positivos del practice in imagery en rendimiento y adquisición de habilidades (Driskell, Copper y Moran, 1994, Psychological Bulletin). Visualizar no es fantasear: es simular con detalle contextos, señales y respuestas, preparando el sistema perceptivo-motor para reconocer y ejecutar. Por eso atletas y músicos alternan repeticiones físicas con simulaciones guiadas, aumentando consistencia y calma. De este modo, la mente que concibe también ensaya, y el corazón que cree tolera la incomodidad del aprendizaje porque ya se ha visto a sí mismo atravesándola.
Expectativas compartidas: el efecto Pigmalión
Además, la creencia no es solo personal: las expectativas del entorno moldean resultados. Rosenthal y Jacobson (1968) mostraron que docentes que esperaban más de ciertos alumnos, sin saberlo, les ofrecían señales y oportunidades que elevaban su desempeño. Análogamente, equipos donde el líder articula una visión creíble y exigente redistribuyen esfuerzo y coordinación hacia esa meta. Incluso los proyectos nacionales se apoyan en narrativas movilizadoras, como “We choose to go to the Moon” (Kennedy, 1962). Así, concebir y creer también implican construir contextos que refuercen la conducta adecuada y legitimen la perseverancia colectiva.
Metas y planes: el puente hacia el logro
Para convertir la expectativa social y personal en progreso, conviene estructurar metas y planes. Locke y Latham (1990) mostraron que objetivos específicos y desafiantes superan a los vagos. Luego, las intenciones de implementación de tipo si-entonces conectan señales con acciones: si es lunes a las 7, entonces salgo a correr (Gollwitzer, 1999). Estas fórmulas reducen la fricción entre creer y hacer, porque automatizan respuestas y protegen el foco frente a distracciones. En consecuencia, la ecuación de Ali se completa con un diseño operativo: imaginar el destino, definir el camino y programar los pasos.
Esperanza lúcida: ambición con justicia
Con todo, creer y planificar no borran límites reales. Recursos, salud y estructuras sociales condicionan lo alcanzable; reconocerlo evita culpar al individuo por barreras sistémicas. La mentalidad de crecimiento ayuda, pero su impacto crece cuando el contexto ofrece apoyo y oportunidades (Yeager y Dweck, 2019, Nature). Por eso, la ética del logro combina ambición personal con construcción de entornos más justos: mentorías, redes, políticas que abran puertas. Así, la promesa de Ali no se reduce a un mantra motivacional; se vuelve una tarea compartida: concebir con rigor, creer con fundamento y lograr con métodos, comunidad y equidad.