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De la vid a las raíces: florecer en comunidad

Creado el: 14 de septiembre de 2025

Los hombres son como las uvas: separados de la vid, se secan; los mismos hombres son como los árbole
Los hombres son como las uvas: separados de la vid, se secan; los mismos hombres son como los árboles: arraigados, florecen. — José Martí

Los hombres son como las uvas: separados de la vid, se secan; los mismos hombres son como los árboles: arraigados, florecen. — José Martí

La doble imagen: vid y árbol

Al presentar la vid y el árbol, Martí condensa una lección sobre la dependencia vital y el arraigo. Como las uvas, la persona necesita savia: vínculos, memoria, sentido; separada de su fuente, se reseca. En cambio, el árbol sugiere continuidad, crecimiento y fruto, pero solo si sus raíces tocan un suelo fértil. Esta doble imagen no idolatra la fusión ni la soledad; más bien, advierte que la vida humana florece cuando se nutre de un origen y una comunidad. Desde ahí, la autonomía no es aislamiento, sino capacidad de elevarse sin cortar las raíces que sostienen.

Martí y el arraigo en Nuestra América

Esta intuición recorre la prosa de Martí. En Nuestra América (1891) propone una fórmula que retoma la metáfora vegetal: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas». El injerto admite lo nuevo; el tronco asegura identidad y savia propia. Así, el arraigo no es repliegue, sino condición para dialogar con el mundo sin disolverse en él. La metáfora también es política: pueblos y personas que conocen su raíz pueden abrirse, aprender y crear, mientras que los desarraigados oscilan entre la moda y la confusión.

Sociología del vínculo: evidencia convergente

Desde la sociología, el diagnóstico tiene respaldo. Émile Durkheim, en Suicide (1897), describió la anomia: cuando el tejido social se rompe, aumentan la desorientación y el daño. Un siglo después, Robert Putnam en Bowling Alone (2000) mostró cómo el declive del capital social empobrece la vida cívica. Y la social baseline theory (Beckes y Coan, 2011) sugiere que, con apoyo cercano, el cerebro calcula menor amenaza y ahorra energía. En otras palabras, el «suelo» de relaciones reduce el desgaste y permite florecer. Con ello, la imagen de las raíces se vuelve medible: pertenecer protege, cooperar potencia, aislar seca.

Psicología del arraigo y la autonomía

En el plano íntimo, el arraigo adopta formas concretas: afectos confiables, hábitos significativos y un proyecto que orienta. La teoría del apego de John Bowlby (1969) muestra que la seguridad inicial habilita la exploración; la raíz sostiene el vuelo. Del mismo modo, Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido (1946) subraya que un porqué ayuda a soportar casi cualquier cómo. Por eso, la autonomía madura se parece al árbol: crece hacia la luz, pero mantiene sus fibras en lo hondo. No es contraria a la libertad; la hace sostenible y fecunda.

Migraciones y raíces móviles

Ahora bien, en tiempos de migraciones conviene hablar de raíces móviles. Las diásporas crean suelos nuevos sin renunciar a la memoria: lenguas, cocinas y celebraciones replantadas en otra tierra. Los estudios del transnacionalismo (Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc, 1994) describen identidades extendidas que echan anclas en varios puertos. Así, el arraigo no es esencialista ni excluyente; se cultiva. Una comunidad puede injertar prácticas diversas y, como anticipó Martí, conservar un tronco común que alimenta la convivencia.

Cuidar el suelo común

En consecuencia, florecer juntos exige cuidar el suelo común: plazas vivas, escuelas que enseñan y arraigan, bibliotecas, medios locales, cooperativas y redes de apoyo. Una viña productiva necesita parra, riego y manos; un bosque sano requiere suelo compartido y raíces entrelazadas. Cuando la política, la cultura y la economía protegen esas condiciones, las personas no se secan al separarse, porque nadie está realmente solo. Vuelven entonces las palabras de Martí a ser brújula: abrirse al mundo, sí, pero con raíces que nos sostengan y nos den fruto.