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Saltar despierto: la fe tras la comodidad

Creado el: 19 de septiembre de 2025

Salta con los ojos abiertos; la fe comienza donde termina la comodidad. — Søren Kierkegaard
Salta con los ojos abiertos; la fe comienza donde termina la comodidad. — Søren Kierkegaard

Salta con los ojos abiertos; la fe comienza donde termina la comodidad. — Søren Kierkegaard

El salto con ojos abiertos

La invitación de “salta con los ojos abiertos” condensa la ética kierkegaardiana del riesgo lúcido: la fe no es ceguera, sino atención radical. Justo donde la comodidad termina—cuando ya no protege ni orienta—comienza la posibilidad de creer. En Temor y temblor (1843), Kierkegaard muestra que el salto no elimina la incertidumbre; la acepta sin anestesia, convertida en ocasión para comprometerse. Así, la fe no rehúye la realidad, la mira de frente.

El límite de la comodidad

Desde ahí, la comodidad aparece como frontera: útil para sobrevivir, pero estéril para vivir con sentido. En Postscriptum conclusivo no científico (1846), Kierkegaard afirma que “la subjetividad es la verdad”, señalando que, cuando se agotan las certezas prefabricadas, emerge la responsabilidad personal. El confort promete seguridad, pero a menudo bloquea la decisión que nos vuelve singulares. Por eso, el fin de la comodidad no es una pérdida pura, sino una apertura: donde ya no sirve la repetición, puede nacer la fe como acto propio y no heredado.

Fe como decisión existencial

En continuidad, la fe se entiende como elección que compromete a la persona entera. O lo uno o lo otro (1843) ilustra que decidir es asumir un estilo de vida, no sólo una idea. Y El concepto de la angustia (1844) describe la “mareo de la libertad”: ese vértigo que surge ante posibilidades reales. La fe, entonces, no es conclusión lógica, sino respuesta decidida al abismo de opciones. Lejos de neutralizar la angustia, la encauza: elige y se hace responsable.

El escándalo de Abraham

Para mostrar el costo del salto, Kierkegaard relee a Abraham en Génesis mediante Temor y temblor (1843). Allí, el “caballero de la fe” avanza sin garantías, practicando la “suspensión teleológica de lo ético”: no porque desprecie la moral, sino porque obedece a un llamado que la excede. La fe no es capricho; es obediencia en penumbra. Abraham sube al monte con los ojos abiertos: conoce el riesgo, siente el temblor y, sin embargo, camina. El relato deja una advertencia: la fe auténtica no se prueba con slogans, sino con pasos que implican pérdida y espera.

Aplicaciones contemporáneas

Trasladado al presente, el salto lúcido ocurre cuando se apuesta por bienes que no pueden demostrarse por adelantado. Rosa Parks en Montgomery (1955) permaneció sentada, confiando en una justicia no garantizada: un gesto sencillo y, a la vez, un salto que rompió el confort de la obediencia. Del mismo modo, un emprendedor social que invierte en un barrio olvidado, o un científico que persigue una hipótesis impopular, actúan con una fe práctica. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), sugiere algo afín: el sentido se conquista cuando se transita el dolor con propósito, no cuando se evita a toda costa.

Riesgo, discernimiento y responsabilidad

Ahora bien, saltar con los ojos abiertos no legitima la temeridad. En Las obras del amor (1847), Kierkegaard recuerda que la caridad concreta guía el riesgo: la fe se mide por el cuidado del otro. Por eso, el discernimiento—consultar, verificar motivos, evaluar costos—no enfría la fe; la purifica. Un salto responsable une coraje y prudencia: sabe que toda promesa crea consecuencias y acepta rendir cuentas. Así, la fe no huye del mundo, lo sirve con seriedad.

Prácticas para un salto responsable

Finalmente, el salto se entrena. La oración o el silencio atentos aclaran la intención; el diario personal ayuda a distinguir miedo de pereza; los “experimentos pequeños”—acciones acotadas con retroalimentación—construyen músculo moral. Además, pactar una comunidad testigo—amigos, mentores, una congregación—ancla la valentía en relaciones concretas. Poco a poco, la angustia deja de ser obstáculo y se vuelve maestra. Entonces, al borde del confort, la fe no empuja a ciegas: invita a avanzar viendo mejor.