Errores en los márgenes, poema en marcha
Creado el: 20 de septiembre de 2025

Escribe tus errores en los márgenes y continúa el poema de tu vida. — James Baldwin
El margen como taller de sentido
La consigna de Baldwin invita a no borrar el fallo, sino a conversarlo: escribirlo en los márgenes para que siga dialogando con el texto de la vida. En los manuscritos medievales, las glosas convertían los bordes en un segundo foro, donde el lector extendía, matizaba o discutía la voz central; el error no era un fin, sino un comienzo. Y Michel de Montaigne, en Ensayos (1580), volvió la digresión método: como si el margen se hubiera desplazado al centro, enseñando que pensar es reescribir en conversación con lo vivido. Así, el margen deja de ser orilla silenciosa para volverse taller. Desde ese espacio, la invitación se amplía: si el error puede anotarse y leerse, entonces también puede transformarse.
La vida como poema en borrador
Nombrar la vida como poema desplaza la obsesión por la corrección absoluta hacia la búsqueda de ritmo, imágenes y sentido. Un poema se pule con variantes, cortes y retornos; su verdad aparece al compás de las revisiones. Rainer Maria Rilke, en Cartas a un joven poeta (1903), aconseja vivir las preguntas para que, con el tiempo, quizá sin notarlo, se viva dentro de las respuestas. De este modo, las marcas en los márgenes no son cicatrices vergonzantes, sino señales de dirección. Y, precisamente, esa ética de la continuidad prepara el puente hacia Baldwin: seguir escribiendo, incluso cuando la página acusa vacilaciones, es ya un acto de afirmación.
Baldwin: reescritura como resistencia y cuidado
Para Baldwin, continuar escribiendo en y desde la herida fue una forma de resistencia y de cuidado. La próxima vez, el fuego (1963) contiene su carta al sobrino, donde llama a no aceptar los nombres impuestos y a convertir el dolor en lucidez compartida. Antes, en Notas de un hijo nativo (1955), transformó la rabia familiar y racial en una prosa que busca justicia sin renunciar a la ternura. Esa ética recuerda la proposición de bell hooks en Choosing the Margin as a Space of Radical Openness (1989): el margen puede ser trinchera y laboratorio a la vez. Así, anotar los errores no es autodenigración, sino una práctica de libertad que ensancha la voz y el mundo que la escucha.
Del error al estilo: el arte de revisar
Revisar no desmiente el tropiezo: lo vuelve método. Los borradores de Frankenstein (1816–1818), conservados en el Shelley-Godwin Archive, muestran tachaduras y añadidos que afinan la respiración del relato; la gran novela emergió de capas de tentativa. Arthur Quiller-Couch, en On the Art of Writing (1914), aconsejaba cortar nuestras frases más queridas cuando entorpecen el conjunto: la poda hace visible la forma. En esa línea, escribir en los márgenes es dejar rastro del pensamiento en movimiento. Cada corrección revela cómo una falta se convierte en estilo, y cada estilo, en una manera de habitar con honestidad las propias limitaciones.
Reparar sin ocultar: kintsugi y palimpsestos
La estética japonesa del kintsugi repara la cerámica con barniz y oro, de modo que la grieta se vuelve dibujo. Del mismo modo, los palimpsestos medievales conservan huellas de escrituras borradas bajo el nuevo texto: la memoria no desaparece, dialoga. Estas artes enseñan que la enmienda visible no reduce valor; lo desplaza hacia la historia de lo reparado. Por eso los márgenes con errores anotados no ensucian el poema: lo vetean. Cada línea de corrección recuerda de dónde venimos y hacia dónde decidimos reorientar la forma.
Psicología del aprendizaje y agencia personal
Carol Dweck describe en Mindset (2006) la mentalidad de crecimiento: la convicción de que la habilidad se cultiva con práctica y feedback. Escribir errores en los márgenes convierte esa idea en hábito concreto: metacognición al ras de la página. No se trata de indulgencia, sino de método para ajustar rumbo y consolidar progreso. En paralelo, Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido (1968), propone leer el mundo para reescribirlo en praxis. De ahí que continuar el poema de la vida no signifique negar fracasos, sino orquestarlos: transformar el tropiezo en compás, y la enmienda, en una forma de decirnos con mayor verdad.