El arte de provocar el destino, según Leonardo
Creado el: 21 de septiembre de 2025

Hacía ya mucho que me había dado cuenta de que las personas de éxito rara vez se quedaban de brazos cruzados y dejaban que las cosas les sucedieran. Salían y hacían que las cosas sucedieran. — Leonardo da Vinci
Voluntad frente al azar
La sentencia atribuida a Leonardo nos sitúa ante una idea sencilla y exigente: el éxito rara vez visita a quien espera. En cambio, responde a quienes transforman la inercia en movimiento. Así, en vez de aceptar el curso de los acontecimientos, los moldean con decisiones concretas, curiosidad y trabajo sostenido. Esta ética de la acción no niega la suerte; la vuelve aliada al prepararse para aprovecharla cuando pasa.
La carta al duque de Milán
Un ejemplo nítido de esa proactividad es la célebre carta en la que Leonardo se ofrece a Ludovico Sforza, detallando máquinas de guerra, puentes y obras hidráulicas, y dejando la pintura casi para el final (Carta a Ludovico Sforza, c. 1482). No aguardó un encargo: definió el valor que podía aportar y lo presentó con precisión. Esa «propuesta de capacidades» fue su manera de hacer que las cosas sucedieran, abriéndose paso en la corte milanesa.
Cuadernos y experimentación incansable
A continuación, sus cuadernos muestran cómo la acción se convierte en método. En el Codex Atlanticus (c. 1478–1519) despliega prototipos, notas de campo y diagramas que convierten preguntas en pruebas. Y en sus estudios anatómicos, realizados junto a Marcantonio della Torre (1510–1511), gestionó acceso, tiempo y materiales para observar, medir y corregir. Incluso en campaña, al servicio de Cesare Borgia (1502–1503), levantó mapas y recorrió terreno: investigación como verbo, no como archivo.
Virtù y fortuna en el Renacimiento
Esta actitud encaja con la tensión renacentista entre virtù y fortuna. En El príncipe (1513), Maquiavelo invita a enfrentar la fortuna con audacia y preparación, idea que Leonardo encarna al combinar ensayo técnico y oportunidad. A su vez, Vasari, en Vidas (1568), retrata artistas que gestionan patronazgos y obras, recordándonos que el genio florece cuando se vuelve también gestor de su destino.
Lo que hoy confirma la psicología
La psicología contemporánea respalda esta intuición. Rotter (1966) mostró que un locus de control interno se asocia con mayor logro, mientras Bandura (1977) explicó cómo la autoeficacia impulsa el esfuerzo sostenido ante la dificultad. Además, Gollwitzer (1999) probó que las «intenciones de implementación» —si ocurre X, haré Y— aumentan la acción efectiva, y Dweck (2006) evidenció que la mentalidad de crecimiento transforma errores en combustible para aprender. En conjunto, actitudes y planes concretos convierten el deseo en conducta.
Cómo pasar de la idea al movimiento
Siguiendo esa línea, conviene imitar a Leonardo con prácticas sencillas: definir el problema en una carta de valor, prototipar en pequeño, registrar aprendizajes y tejer redes deliberadamente. Las pequeñas victorias sostienen la motivación (Amabile y Kramer, The Progress Principle, 2011) y, al iterar, la oportunidad encuentra a la preparación. Así, la ejecución continua —no el golpe de suerte— convierte proyectos en resultados.
Sin ingenuidad: condiciones y equidad
Con todo, hacer que suceda no depende solo de la voluntad. El acceso a recursos y capital social condiciona las posibilidades, como subraya Bourdieu (La distinción, 1979), y ampliar libertades reales potencia la agencia, según Sen (Development as Freedom, 1999). La lección, entonces, es doble: actuar con intención y, a la vez, construir entornos que permitan que más personas puedan actuar.
Una invitación que sigue vigente
En síntesis, la frase no celebra la impaciencia, sino la responsabilidad creativa. Leonardo la practicó hasta el final: aceptó la invitación de Francisco I y se trasladó a Amboise (1516), donde siguió proyectando y enseñando. Su ejemplo enlaza siglos de experiencia: cuando la preparación se encuentra con la ocasión y alguien da el primer paso, las cosas no solo ocurren; las hacemos ocurrir.