Del deseo a la acción: hallar el camino
Creado el: 21 de septiembre de 2025

Cuando sabes lo que quieres y lo deseas con la suficiente intensidad, encontrarás la manera de conseguirlo. — Jim Rohn
Del deseo a la determinación
En la sentencia de Jim Rohn, el deseo intenso no es capricho, sino energía dirigida que convierte la visión en compromiso. Saber lo que se quiere define el norte; desearlo con intensidad dota de combustible a la perseverancia. Así, el foco y la motivación se entrelazan: mientras el primero decide dónde invertir atención, la segunda sostiene el esfuerzo cuando aparecen obstáculos. Esta interacción activa la agencia, esa convicción de que nuestras decisiones influyen en los resultados. En otras palabras, Rohn no promete magia, sino un mecanismo: claridad más deseo sostenido genera búsqueda creativa de caminos. Cuando ambos coinciden, aumenta la disposición a experimentar, negociar recursos y tolerar la incomodidad propia del progreso.
La claridad orienta el esfuerzo
Para que la determinación sea operativa, necesita definición. La teoría de fijación de metas de Locke y Latham (1990) muestra que objetivos específicos y desafiantes superan a los vagos en rendimiento, porque guían la atención, movilizan la energía y fomentan estrategias. Decir quiero mejorar no orienta; decir quiero incrementar 20% mis ventas en 90 días sí construye un mapa. Además, la claridad incluye razones. Cuando el porqué es significativo, la persistencia crece. Viktor Frankl sostenía que el sentido fortalece la voluntad frente a la adversidad; su testimonio en El hombre en busca de sentido (1946) subraya que comprender para qué soportar el esfuerzo cambia la forma de afrontarlo.
Puentes de la intención a la acción
A partir de esta claridad, conviene traducir deseo en protocolo. Las intenciones de implementación de Peter Gollwitzer (1999) —planes si-entonces— reducen la brecha entre querer y hacer: si es lunes a las 7:00, entonces llamo a tres clientes. También ayuda diseñar el entorno para facilitar el comportamiento deseado y aumentar la fricción de lo indeseado, como sugiere la literatura de hábitos (Wood y Neal, 2007). Asimismo, dividir la meta en microacciones con feedback rápido crea progreso visible y mantiene la motivación. Cada paso confirma la identidad de quien persigue el objetivo y hace más probable detectar ajustes necesarios a tiempo.
Perseverancia adaptativa
Sin embargo, no basta con insistir; hay que aprender. La investigación sobre grit de Angela Duckworth (2016) resalta la combinación de pasión a largo plazo y práctica deliberada: esfuerzo enfocado, feedback exigente y mejora incremental. Anders Ericsson (1993) mostró que el rendimiento experto surge de ciclos de ensayo, corrección y reto progresivo. Por eso, encontrar la manera suele implicar iterar la estrategia, no renunciar al objetivo. Cuando una táctica falla, la determinación se expresa en formular nuevas hipótesis, pedir mentoría y rediseñar el plan, preservando el norte pero flexibilizando la ruta.
Anécdotas que iluminan el principio
Para aterrizar esta idea, dos historias son elocuentes. Los hermanos Wright, sin respaldo institucional, construyeron un túnel de viento y refinaron alas y controles hasta volar en 1903; su deseo específico —un vuelo controlado y sostenido— los llevó a un método experimental que inventó su camino. Asimismo, J. K. Rowling recibió múltiples rechazos antes de que Bloomsbury publicara Harry Potter en 1997; la combinación de claridad narrativa y persistencia la hizo reescribir, ajustar y seguir tocando puertas. Ambos casos ilustran que el deseo intenso, cuando se organiza en hipótesis, métricas y ensayos, transforma barreras en problemas abordables.
Límites y brújula ética
Por último, conviene matizar: no todas las metas dependen solo de la voluntad; existen condiciones materiales, temporales y sociales. Hallar la manera también puede significar ampliar el horizonte temporal, construir alianzas, adquirir nuevas competencias o redefinir la meta para que sea sostenible y justa. La ética opera como guía: si el camino daña a otros o a uno mismo, no es un progreso, sino un atajo costoso. Así, el espíritu de Rohn se conserva con realismo: deseo claro, métodos rigurosos y sentido que oriente decisiones. Allí, la probabilidad de encontrar la manera deja de ser consigna y se vuelve práctica cotidiana.