Si la montaña no se mueve, abre un camino a su alrededor y deja un puente para quienes vienen detrás. — Nelson Mandela
La montaña como realidad inamovible
Al comienzo, la metáfora reconoce un hecho incómodo: hay obstáculos que no ceden ante la fuerza de voluntad. Pretender mover la montaña puede ser heroico, pero también estéril. Mandela reformula la persistencia como inteligencia práctica: si el frente está bloqueado, cambia el ángulo, rodea, observa el relieve y encuentra una ladera transitable. Así, la tenacidad deja de ser terquedad y se convierte en estrategia. A partir de ahí, el foco se desplaza de vencer al obstáculo a comprenderlo. Este giro es propio del pensamiento sistémico: leer las restricciones, negociar con ellas y diseñar alternativas viables. Lejos de rendirse, se trata de conservar el objetivo y adaptar el método, evitando el desgaste simbólico de empujar lo imposible.
El puente: legado y responsabilidad
Sin embargo, abrir camino no basta si solo lo recorre quien lo abrió. El imperativo de dejar un puente introduce la ética del legado: consolidar lo aprendido en estructuras que otros puedan usar. Mandela convirtió victorias personales en capacidades colectivas mediante instituciones duraderas como la Comisión de la Verdad y Reconciliación (1995), pensada para que el tránsito de la violencia a la convivencia fuera replicable. Long Walk to Freedom (1994) muestra ese pulso: no solo llegar, sino asegurar que los siguientes no deban empezar desde cero. Un puente es documentación, norma, escuela, presupuesto y memoria. Es diseñar con la posteridad en mente, de manera que el atajo de hoy se vuelva camino oficial mañana.
Del choque frontal al desvío creativo
De ahí que la estrategia no siempre sea confrontar, sino reencuadrar. En Sudáfrica, el paso de la lucha armada a la negociación multilateral en CODESA (1991–1993) fue un rodeo audaz: un corredor político para sortear el bloqueo del apartheid. Las elecciones de 1994 no movieron la montaña por decreto; desplazaron el trayecto, haciendo transitable lo que parecía vedado. Este desvío creativo no diluye los principios, los viabiliza. Transformar el conflicto en diseño institucional exige paciencia, imaginación y concesiones tácticas. La victoria deja de medirse por la humillación del adversario y se mide por la estabilidad de la ruta abierta.
Innovación lateral ante barreras
Asimismo, rodear la montaña evoca innovaciones que nacen de los bordes. Los puentes colgantes de fibra vegetal como Q’eswachaka, mantenidos por comunidades andinas durante siglos, ilustran cómo recursos locales pueden salvar abismos cuando la ingeniería monumental no llega. Del mismo modo, el microcrédito de Grameen Bank (desde 1976) fue un rodeo financiero: acceso al capital sin las murallas del sistema bancario convencional. Estos ejemplos muestran que la creatividad colectiva convierte limitaciones en palancas. Cuando no hay autopistas, surgen sendas robustas, suficientes y escalables. La clave es que el diseño contemple mantenimiento y transferencia, para que el puente no sea un gesto aislado, sino una infraestructura viva.
Inclusión: que otros también crucen
Por otro lado, el puente de Mandela es moral: nadie debe quedarse del lado del precipicio. La filosofía ubuntu, difundida por Desmond Tutu en No Future Without Forgiveness (1999), sostiene que la dignidad es relacional. La justicia restaurativa de la TRC no negó el daño; lo hizo narrable y reparable, habilitando cruces donde antes solo había fractura. En consecuencia, toda solución que excluye es un atajo frágil. Integrar voces, reducir asimetrías y reconocer agravios no ralentiza el avance; prepara el terreno para que el tránsito sea seguro y legítimo, evitando que el camino se derrumbe por falta de consenso.
Práctica: convertir el camino en norma
Finalmente, tender un puente requiere hábitos concretos: documentar el proceso, formar relevos, abrir datos y medir impactos. Proyectos abiertos como Wikipedia (2001) enseñan que el acceso y la gobernanza compartida multiplican la capacidad de mantenimiento, asegurando que la vía siga operativa más allá de quienes la iniciaron. Así, la consigna se vuelve método: propón metas claras, explora rutas alternas, institucionaliza lo que funciona y deja capacidad instalada. Cuando la montaña no se mueve, la verdadera victoria no es pasar tú, sino que muchos puedan cruzar mejor y más lejos.