Cuando el esfuerzo compensa la falta de confianza
Un excedente de esfuerzo podría superar un déficit de confianza. — Sonia Sotomayor
La intuición central de la frase
Sonia Sotomayor condensa una idea poderosa: a veces la acción precede a la creencia. Un “excedente de esfuerzo” crea pruebas tangibles —pequeños logros repetidos— que, con el tiempo, erosionan el “déficit de confianza”. Así, en lugar de esperar a sentirse capaz para actuar, uno actúa para llegar a sentirse capaz. De este modo, la frase propone un giro práctico: la confianza no es solo un estado interno, sino una consecuencia acumulada de la práctica. El esfuerzo, cuando es sostenido y enfocado, funciona como una palanca que convierte dudas en evidencias de progreso; y esas evidencias, a su vez, alimentan la confianza.
El ejemplo vital de Sotomayor
La propia trayectoria de Sotomayor ilustra el principio. Criada en el Bronx y diagnosticada con diabetes tipo 1 a los ocho años, aprendió a planificar, sistematizar y estudiar con rigor para compensar miedos y carencias. En Mi mundo adorado (2013), recuerda cómo hábitos consistentes —fichas, horarios, metas— le dieron anclaje cuando la seguridad flaqueaba. Ese excedente de disciplina la llevó de escuelas públicas a Princeton (summa cum laude, 1976) y luego a Yale Law School, donde integró el equipo editorial de la Yale Law Journal (1979). Su biografía sugiere que la confianza no la precedió: la siguió, como fruto del trabajo.
Lo que dice la psicología
En consonancia, Albert Bandura mostró que la autoeficacia se fortalece con “experiencias de dominio”: éxitos concretos que demuestran que uno puede (Bandura, 1977). Esos logros, aunque modestos, reconfiguran la percepción de capacidad y hacen más probable el esfuerzo futuro. A ello se suma la mentalidad de crecimiento de Carol Dweck, según la cual el talento se desarrolla con práctica y retroalimentación (Dweck, 2006). Y Angela Duckworth describió la “grit” —perseverancia con pasión sostenida— como predictor de progreso en contextos exigentes (Duckworth, 2016). Juntas, estas líneas sugieren un ciclo ascendente: esfuerzo → competencia → confianza → más esfuerzo.
Del dicho al hecho: prácticas concretas
Llevado al terreno práctico, conviene transformar el esfuerzo en evidencia medible. Las micro-metas diarias, la práctica deliberada con foco en debilidades (Ericsson et al., 1993) y un registro de logros (“portafolio de avances”) convierten horas en pruebas visibles. Así, la motivación ya no depende del ánimo del día, sino del rastro acumulado de progreso. Además, diseñar rutinas de baja fricción —por ejemplo, comenzar con dos minutos para vencer la inercia— genera inicios rápidos que abren paso a sesiones más profundas. Con retroalimentación frecuente y criterios claros, el esfuerzo deja de ser ciego y empieza a construir confianza específica.
Límites y riesgos del ‘más esfuerzo’
Con todo, un excedente mal dirigido puede erosionar la salud. El burnout descrito por Herbert Freudenberger (1974) advierte que el sobretrabajo sin recuperación mina rendimiento y autoestima. El esfuerzo efectivo requiere descanso, límites y ajustes estratégicos, no solo más horas. Además, la frase no borra las barreras estructurales. Discriminación, falta de recursos o redes limitadas no se solucionan solo con voluntad. Por ello, el mérito individual debe acompañarse de cambios institucionales y apoyos comunitarios que permitan que el esfuerzo rinda frutos justos.
Confianza compartida y efecto Pigmalión
Por último, la confianza también se construye socialmente. Expectativas altas y apoyo competente —lo que Rosenthal y Jacobson llamaron el “efecto Pigmalión” (1968)— pueden amplificar el impacto del esfuerzo individual. Mentores, pares y entornos que celebran avances concretos refuerzan la narrativa de capacidad. Así, la lección de Sotomayor se completa: esforzarse más y mejor, con guía y comunidad, transforma dudas en dominio. Cuando el camino se vuelve medible, acompañado y sostenible, el excedente de esfuerzo deja de ser sacrificio ciego y se convierte en fábrica de confianza duradera.