Practicar arte para ensanchar y fortalecer el alma

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Practicar cualquier arte, sin importar si lo haces bien o mal, es una forma de hacer crecer tu alma. Así que hazlo. — Kurt Vonnegut

Una invitación sin condiciones

La frase de Kurt Vonnegut —“Practicar cualquier arte… es una forma de hacer crecer tu alma”— suena menos a consejo y más a permiso: crea, aun si te sientes torpe. En A Man Without a Country (2005), Vonnegut insistía en que el acto de hacer, no el aplauso, es lo que alimenta la vida interior. Así, la medida del arte no es el prestigio, sino la expansión íntima que provoca. De ahí que la pregunta central no sea “¿soy bueno?”, sino “¿qué me hace crecer?”. Para responderla, conviene mirar el arte no como un objeto terminado, sino como una experiencia que nos transforma en el trayecto.

El arte como ejercicio del ser

John Dewey, en Art as Experience (1934), mostró que el arte no se reduce a obras en vitrinas: es una forma intensificada de vivir, en la que percepción y acción se entretejen. Practicarlo afina la atención, cultiva la sensibilidad y organiza emociones dispersas; en otras palabras, ejercita el alma del mismo modo que el movimiento fortalece el cuerpo. Por eso, más que una evaluación externa, importa el compromiso con el hacer. Y ese compromiso se consolida cuando el foco pasa del resultado al proceso mismo.

El proceso por encima del resultado

Las Cartas a Theo de Vincent van Gogh (1872–1890) revelan estudios repetidos, ensayos fallidos y correcciones tercas; la belleza surgió porque siguió haciendo, no porque acertó a la primera. Del mismo modo, Julia Cameron en The Artist’s Way (1992) propone las “páginas matutinas”: escribir sin juzgar para destrabar la creatividad. Estas prácticas valoran la constancia y la curiosidad, no la perfección. Y, como veremos enseguida, su eficacia no es solo poética: también está respaldada por la investigación psicológica.

Pruebas desde la psicología y la salud

Mihaly Csikszentmihalyi, en Flow (1990), describió el estado de flujo: atención plena, pérdida de la autoconciencia y gozo intrínseco al desafiarse con una tarea creativa. James W. Pennebaker (1986) mostró que la escritura expresiva puede mejorar marcadores de salud al integrar experiencias emocionales. Y Barbara Fredrickson (2001) explicó con su teoría “broaden-and-build” que las emociones positivas amplían la mente y construyen recursos psicológicos duraderos. En conjunto, estas evidencias confirman la intuición de Vonnegut: practicar arte expande nuestras capacidades internas. Sigamos, entonces, con rostros concretos de esa expansión.

Historias de principiantes valientes

Anna Mary Robertson “Grandma” Moses empezó a pintar en su setentena y, sin academia ni pretensiones, halló una voz propia que conmovió a miles; su trayecto recuerda que nunca es tarde para crecer. Henri Rousseau, funcionario de aduanas y autodidacta, inició en serio en sus cuarentas; su “ingenuidad” técnica devino estilo inconfundible. Si ellos florecieron sin permisos externos, nosotros también podemos. Tomando su ejemplo, el siguiente paso no es buscar aprobación, sino empezar hoy con lo que tenemos.

Primeros pasos que hacen crecer el alma

Empieza pequeño: 15 minutos diarios, un cuaderno “feo” para errar sin miedo, y una meta de cantidad (20 bocetos o borradores) antes de juzgar calidad. Practica el descarte amable: termina, aprende y pasa a la siguiente pieza. Las “páginas matutinas” de Cameron (1992) ayudan a silenciar al crítico interno; un grupo local o taller aporta acompañamiento y constancia. Finalmente, comparte cuando te sientas listo: no para validar tu valor, sino para entrar en diálogo. Así, el hacer se vuelve hábito, el hábito construye sentido y, como prometía Vonnegut, el sentido ensancha el alma.