Imaginación feroz para rehacer nuestras circunstancias
No te dejes reducir por las circunstancias; dales nueva forma con una imaginación feroz. — Toni Morrison
El mandato de Morrison
Para empezar, la consigna de Toni Morrison nos saca del reflejo de la resignación: no basta con soportar; hay que volver a dar forma. En su Nobel Lecture (1993), Morrison advierte que el lenguaje no es un espejo pasivo, sino una fuerza que puede oprimir o liberar; por eso, la imaginación —cuando es feroz— no huye de la realidad, la rehace. Esta ferocidad no equivale a estridencia, sino a rigor: nombrar con precisión, rechazar narrativas que nos empequeñecen y abrir alternativas donde parece haber solo destino.
El lenguaje como herramienta de forma
Luego, si el lenguaje modela lo posible, imaginar es un acto de arquitectura cívica. En Playing in the Dark (1992), Morrison muestra cómo la ‘imaginación literaria’ estadounidense se estructuró alrededor de una blancura tácita, condicionando quién podía ser héroe o humano pleno. Reencuadrar esas plantillas no es un gesto estético menor: altera la distribución de dignidad en la vida pública. Así, pasar de describir la escasez a narrar la capacidad, o de contar pérdidas a trazar futuros, cambia no solo el relato, sino las opciones que un colectivo considera viables.
Novelas que reescriben lo inevitable
Por ejemplo, Amada (1987) hace de la ‘rememoración’ un trabajo de libertad: Sethe rehúsa ser reducida a trauma y convierte el duelo en agencia narrativa. A su vez, Ojos azules (1970) expone cómo un ideal impuesto de belleza captura la imaginación y, al visibilizarlo, abre grietas para desactivarlo. Y en La canción de Salomón (1977), el viaje de Milkman reordena linaje y pertenencia como territorios recuperables. De la teoría al relato, Morrison prueba que cambiar la forma del cuento cambia la forma de la vida que permite.
Psicología y neurociencia del reencuadre
Asimismo, la ciencia respalda esta apuesta. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), muestra que elegir un marco de significado altera la experiencia del sufrimiento. La investigación sobre ‘reapreciación cognitiva’ indica que reinterpretar eventos reduce estrés y mejora desempeño (Gross, 2002). La mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (2006) sugiere que ver la habilidad como maleable expande la acción; y la neuroplasticidad —The Brain That Changes Itself, Doidge, 2007— explica cómo la práctica sostenida cambia circuitos. Incluso la terapia narrativa (White y Epston, 1990) propone reautorizar la biografía. En conjunto, imaginación feroz no es fantasía evasiva: es técnica de transformación.
Imaginación y justicia colectiva
A la vez, la consigna trasciende lo individual. Robin D. G. Kelley, en Freedom Dreams (2002), documenta cómo los movimientos negros cultivaron ‘imaginaciones radicales’ para construir horizontes organizativos antes impensables. De forma afín, la parábola futurista de Octavia Butler —Parable of the Sower (1993)— dramatiza cómo comunidades forjan mutualidad en crisis, señalando que imaginar instituciones distintas es el primer paso para diseñarlas. Así, no dejarse reducir implica convertir el nosotros en un laboratorio de futuros: distribuir la facultad de soñar y el deber de prototipar.
Prácticas para cultivar esa ferocidad
Finalmente, ¿cómo se entrena? Primero, nombrar con evidencia: describir la realidad sin eufemismos ni fatalismo. Después, recontar: formular hipótesis alternativas y ensayar microcambios medibles. Luego, prototipar: crear pilotos —un aula, un procedimiento, un pacto de equipo— que encarnen el nuevo relato. Además, aliarse: comunidades diversas expanden el repertorio imaginativo (Ursula K. Le Guin, The Carrier Bag Theory of Fiction, 1986, sugiere historias que sostienen, no solo conquistan). Por último, cuidar la atención: limitar narrativas que encogen y exponerse a obras que dilatan. Así, la imaginación feroz pasa de eslogan a método y, con él, las circunstancias ceden de forma.