Progreso con rumbo: valores antes que velocidad
Mide el progreso no por la velocidad, sino por la dirección que honre tus valores. — Simone de Beauvoir
La diferencia entre ir rápido y avanzar
Ir deprisa puede ser tan seductor como un viento a favor, pero no todo empuje acelera el verdadero avance. Subir veloz la montaña equivocada no acerca a la cumbre que importa; solo cansa más. El progreso, entendido como acercamiento a una vida que reconoces como tuya, depende del rumbo: de si cada paso, aunque modesto, te alinea con lo que consideras valioso. Por eso, medir solo la velocidad confunde el medio con el fin y premia la inercia. En cambio, una métrica de dirección —¿este movimiento honra mis valores?— revela si tus logros construyen algo que puedas sostener con sentido. Así, la dirección que honra tus valores no frena: orienta.
La brújula existencial de Beauvoir
Desde ahí, la ética existencial de Simone de Beauvoir ofrece la brújula. En *Pour une morale de l’ambiguïté* (1947), sostiene que somos libertad en proyecto: nos definimos por los actos que elegimos y por las causas a las que nos comprometemos. La dirección cuenta porque expresa quién te haces al decidir. Y en *El segundo sexo* (1949), Beauvoir muestra que la libertad auténtica implica también favorecer la libertad de otros; el rumbo valioso no es solipsista, es solidario. Por tanto, medir el progreso por dirección es preguntarte si tus pasos expanden tu autonomía sin reducir la de los demás. No se trata de moverte mucho, sino de moverte hacia un mundo —y una versión de ti— más libre, responsable y lúcida.
Valores: límite, horizonte y guía diaria
De este marco se sigue que los valores operan como límite (lo que no harás), como horizonte (lo que aspiras a encarnar) y como guía cotidiana (cómo lo harás hoy). Una profesional que rechaza un ascenso que exige prácticas dudosas honra integridad y cuidado familiar: pierde velocidad aparente, gana dirección. Del mismo modo, un investigador que comparte datos para ciencia abierta tal vez publique menos, pero avanza hacia el valor de la verdad colaborativa. Estas elecciones, repetidas, trazan un camino reconocible. Así, los valores transforman la brújula en itinerario: convierten el “algún día” en una serie de pasos coherentes, capaces de resistir presiones externas sin desviar el norte.
Más allá de la cultura de la prisa
A la luz de lo anterior, la cultura de la prisa confunde ritmo con sentido. La investigación de Teresa M. Amabile y Steven J. Kramer en *The Progress Principle* (2011) muestra que la motivación sostenida surge de avances con significado, no solo de marcadores de velocidad. De forma afín, Cal Newport en *Deep Work* (2016) argumenta que la atención profunda crea valor real, desplazando la urgencia vacía por trabajo con dirección. Así, los rituales que miden velocidad —inboxes a cero, sprints interminables— deben subordinarse a preguntas de rumbo: ¿este esfuerzo aproxima una contribución que respeto?, ¿fortalece competencias que importan?, ¿beneficia a quienes quiero servir? Cuando la respuesta es sí, incluso el progreso lento alimenta la energía; cuando es no, la velocidad erosiona.
Decidir con un norte ético
En la práctica, alinear decisiones con el norte ético pide tres gestos encadenados: clarificar el valor prioritario en juego, contrastar opciones con una pregunta contrafactual (“si esto sale perfecto, ¿me reconoceré en el resultado?”) y elegir una métrica de dirección. Por ejemplo, una startup retrasa su lanzamiento para incorporar cifrado y accesibilidad; mide progreso por cumplimiento de principios y pruebas con usuarios vulnerables, no por “features por semana”. Del mismo modo, un líder redefine éxito del trimestre como “aprender sin dañar” y liga bonos a calidad y seguridad. Así, la organización internaliza que el rumbo es primero, y la velocidad, una consecuencia saludable, no un mandato.
Sostener el avance: eudaimonía y legado
Finalmente, cuando el rumbo está claro, el progreso se vuelve sostenible porque conecta con propósito. Aristóteles, en la *Ética nicomáquea*, diferencia placeres fugaces de la eudaimonía: florecer según la virtud. Ese florecer es direccional, no frenético. En la misma línea, Viktor Frankl en *El hombre en busca de sentido* (1946) muestra que un porqué robusto permite soportar los cómos: la dirección anclada en sentido resiste mejor la incertidumbre que la mera prisa. Así, medir por dirección cultiva paciencia, constancia y aprendizaje; y, con el tiempo, deja legado. Porque lo que perdura no es lo rápido que fuiste, sino lo fiel que fuiste a aquello que merecía la pena.