Cuando lo imposible abre paso a la verdad

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Deja espacio para lo imposible; a veces la verdad florece donde la duda se despejó. — Gabriel García Márquez

El umbral entre duda e imposibilidad

Para empezar, la frase invita a reservar un claro en la mente: un espacio donde lo que hoy parece imposible no sea expulsado de antemano. La duda, más que un fin, funciona como neblina que despeja el terreno de prejuicios y ruidos; cuando se disipa, la mirada encuentra formas nuevas. En ese claro, la verdad no irrumpe como un dogma, sino que florece con la fuerza de lo inesperado, precisamente porque no fue asfixiada por certezas prematuras. Así, la invitación no es a creerlo todo, sino a no clausurar el horizonte. El “imposible” nombra aquello aún no probado, no visto o indecible con los lenguajes disponibles. Dejarle espacio es cultivar una espera activa: observar, contrastar, permitir que el mundo diga algo que todavía no sabemos escuchar.

Realismo mágico: credibilidad ampliada

Desde allí, la literatura de García Márquez mostró cómo lo inverosímil ilumina lo real más hondo. En Cien años de soledad (1967), la peste del insomnio obliga a rotular la memoria y Remedios la Bella asciende al cielo; lo “imposible” no es truco, sino recurso para decir verdades de la historia, el duelo y el poder que el realismo estrecho silencia. Al estirar el marco de lo creíble, la verdad encuentra cauces nuevos. Algo parecido propuso Alejo Carpentier en El reino de este mundo (1949), al hablar de lo real maravilloso: la maravilla no niega la realidad, la intensifica. Así, lo imposible funciona como lupa: no nos distrae de la verdad, la hace más visible cuando la costumbre la vuelve invisible.

La duda metódica que limpia el terreno

A continuación, la tradición filosófica enseña que la duda bien ejercida es una herramienta de despeje. En sus Meditaciones metafísicas (1641), Descartes suspende creencias para retirar lo ilusorio; solo entonces el “cogito” emerge como suelo firme. La duda, lejos de esterilizar, prepara la tierra para que algo verdadero germine. En ciencia, Karl Popper, The Logic of Scientific Discovery (1934), convierte la falsación en jardín de pruebas: eliminar errores mejora las conjeturas sobrevivientes. La verdad, en esta visión, no aparece por acumulación acrítica, sino por poda rigurosa. Cuando la duda se despeja —porque ha hecho su trabajo— la planta que queda es más resistente.

Anomalías fértiles y hallazgos científicos

Asimismo, la historia de la ciencia ilustra cómo el “imposible” abre vías. Johannes Kepler, en Astronomia Nova (1609), abandonó el ideal de círculos perfectos para abrazar elipses que explicaban mejor los datos: una herejía geométrica que se volvió ley. Thomas S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions (1962), muestra que las anomalías, antes descartes, son semillas de nuevos marcos. La serendipia también florece donde la duda despejó prisas: Alexander Fleming (1928) observó una placa contaminada y vio penicilina donde otros habrían visto basura. Louis Pasteur (1854) lo resumió: “el azar favorece a las mentes preparadas”. Preparar la mente es dudar con método; aprovechar el azar es dejar espacio a lo que parecía imposible.

Creatividad aplicada: diseñar el hueco de lo nuevo

Por otra parte, en innovación conviene alternar divergencia y convergencia: primero abrir, luego depurar. El caso de los Post-it de 3M lo ilustra: Spencer Silver (1968) obtuvo un adhesivo “demasiado débil”; años después, Art Fry (1974) vio en ese fracaso una solución para marcar su himnario. Al aceptar un uso improbable —un pegamento que no pega fuerte— emergió un producto icónico. Este patrón se repite: prototipos rápidos, preguntas amplias y pruebas baratas crean el hueco donde lo inesperado puede mostrarse. Después, la duda regresa para evaluar, recortar y ajustar. La flor necesita tanto espacio como poda.

Prudencia abierta: entre credulidad y cinismo

En última instancia, se trata de balance. Ni creerlo todo —credulidad— ni negarlo todo —cinismo—, sino creer con pruebas y dudar con método. William James, The Will to Believe (1896), reconoce que a veces decidimos bajo incertidumbre; la clave es bajar el costo del error con ensayos reversibles, criterios de abandono y verificación independiente. Prácticas concretas ayudan: formular hipótesis refutables, buscar contraejemplos, registrar decisiones y someterlas a revisión por pares. Así, cuando la duda se despeja no es por cansancio, sino porque la realidad ha hablado con suficiente claridad. Entonces, la verdad no necesita imponerse: simplemente florece.