Cuidado: el poder que otorga la intrepidez

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Cuidado; porque soy intrépido y, por lo tanto, poderoso. — Mary Shelley

Una advertencia que es autoafirmación

“Cuidado; porque soy intrépido y, por lo tanto, poderoso” suena primero como amenaza, pero, al mismo tiempo, afirma una subjetividad que se rehúsa a ser dominada. En Frankenstein; or, The Modern Prometheus (1818), estas palabras surgen de la Criatura, no de su creador, y condensan el pasaje del miedo a la agencia. Así, la frase encuadra el conflicto central: cuando el temor se extingue, la voluntad se vuelve fuerza. Esta inversión de poder prepara el terreno para una reflexión mayor sobre la valentía, la responsabilidad y sus límites.

Romanticismo y la ética prometeica

El subtítulo de la novela, The Modern Prometheus (1818), enlaza la intrepidez con la transgresión romántica: el impulso de cruzar fronteras del conocimiento aunque cueste caro. Sin embargo, Mary Shelley muestra que el valor sin brújula ética deviene peligro. Mientras Víctor Frankenstein encarna la hybris científica, la Criatura verbaliza una ética amarga: si ya nada puede perder, su audacia se convierte en potencia. De esta tensión nace la pregunta que nos guía al siguiente paso: ¿cuándo la valentía emancipa y cuándo devuelve violencia?

La intrepidez como voz del marginado

En la novela, la exclusión forja el arrojo: al negársele la empatía, la Criatura gana una libertad feroz. Esta dinámica refleja, en clave literaria, la experiencia de hablar desde los márgenes. No es casual que Frankenstein apareciera anónimamente en 1818 y que Shelley firmara su autoría en 1831: su propia trayectoria evidencia cómo reclamar la voz también es un acto de osadía. De este modo, la intrepidez deja de ser bravuconería y se vuelve demanda de reconocimiento, puente hacia una psicología del poder personal.

Psicología: del miedo al poder efectivo

La investigación contemporánea explica el vínculo entre intrepidez y eficacia. Albert Bandura describió la autoeficacia como creencia en la propia capacidad para actuar, motor de persistencia y logro (Bandura, 1977). No obstante, la “hipótesis de la intrepidez” advierte que un umbral bajo de miedo puede facilitar conductas antisociales si faltan frenos morales (Lykken, 1995). Así, la frase de Shelley funciona como bisagra: la valentía libera energía, pero su dirección la decide la ética. Esta tensión nos conduce al terreno de la ciencia y la responsabilidad.

Ciencia audaz, responsabilidad ineludible

Shelley dramatiza un laboratorio sin custodios morales: Víctor crea vida y luego evade el cuidado, generando daño. Lecciones semejantes guiaron a científicos reales: la conferencia de Asilomar (1975) sobre ADN recombinante defendió prudencia, y el caso de edición genética de He Jiankui (2018) subrayó los riesgos de la audacia sin consenso. La intrepidez es condición del descubrimiento, pero, como muestra Frankenstein (1818), poder sin responsabilidad multiplica víctimas. De aquí surge un camino práctico: transformar la osadía en coraje ético.

Del arrojo ciego al coraje con conciencia

El tránsito saludable no suprime la valentía; la orienta. Activistas y científicos han combinado voz firme y deber de cuidado, como hizo Rachel Carson en Silent Spring (1962), cuya valentía cívica cambió políticas ambientales. Incluso la propia Shelley, en The Last Man (1826), imaginó la fragilidad humana ante la catástrofe para convocar responsabilidad. En suma, la fórmula de la Criatura se reescribe: intrépido, sí, pero poderoso porque cuida. Solo así la advertencia inicial—“Cuidado”—deja de ser amenaza y se convierte en invitación a una fuerza que protege.