Cuando el sentido se une a la perseverancia, resurgirás de aquello que intentó quebrarte. — Viktor Frankl
Del dolor al propósito
La afirmación de Frankl sugiere que el sufrimiento, cuando se integra en una trama con sentido, deja de ser un callejón sin salida para volverse camino. En El hombre en busca de sentido (1946), muestra cómo la “voluntad de sentido” reordena la experiencia: lo insoportable no desaparece, pero adquiere dirección. Así, el golpe que intentó quebrarnos se convierte en un dato dentro de una historia más amplia, donde la pregunta ya no es “por qué me pasa esto”, sino “para qué puedo usarlo”.
Perseverar más allá de la resistencia pasiva
A partir de ahí, la perseverancia deja de ser mera obstinación y se vuelve constancia con propósito. Frankl subrayaba la “última de las libertades humanas”: elegir la actitud ante lo que no podemos cambiar. Esa elección, sostenida día tras día, traduce el sentido en microacciones: pedir ayuda, establecer límites, practicar un oficio, cuidar el cuerpo. No es aguantar por aguantar, sino insistir en lo que nos alinea con nuestros valores. Y, al hacerlo, la voluntad recupera tracción.
La alquimia de la adversidad
Cuando sentido y perseverancia se combinan, la adversidad puede transformarse. Nassim Nicholas Taleb, en Antifrágil (2012), muestra que ciertos sistemas no solo resisten el caos: mejoran gracias a él. En psicología, la noción de crecimiento postraumático (Tedeschi y Calhoun, 1996) describe cambios positivos tras golpes severos, aunque no son automáticos ni universales. Con apoyo, tiempo y práctica, el dolor deviene materia prima de fortaleza, creatividad y compasión; sin estos factores, puede quedarse en herida abierta.
Tres vías para hallar sentido
Frankl proponía tres caminos convergentes: crear algo o realizar una obra; amar y experimentar plenamente; y adoptar una actitud digna ante el sufrimiento inevitable. Traducidos a lo cotidiano, implican comprometerse con tareas que importan, cultivar vínculos y belleza, y responder con coraje sereno cuando no hay control posible. Este trípode evita el reduccionismo: el sentido no se agota en el éxito, ni en el placer, ni en la renuncia, sino que integra hacer, sentir y orientar la mirada.
Reescribir la narrativa personal
Para sostener ese trípode, conviene reordenar el relato de uno mismo. La investigación sobre escritura expresiva sugiere que articular experiencias difíciles puede aumentar coherencia y bienestar (James W. Pennebaker, 1997). Reencuadrar no es negar el dolor, sino situarlo: pasar de víctima absoluta a protagonista responsable. En esa nueva narración, las cicatrices no definen el final, sino que testimonian un aprendizaje en curso, lo cual fortalece la perseverancia sin caer en el autoengaño.
Comunidad y esperanza operativa
Finalmente, el resurgir rara vez es solitario. El apoyo social ofrece calor, perspectiva y recursos. A la vez, la teoría de la esperanza de C. R. Snyder (1991) la entiende como combinación de metas, rutas y energía para avanzar: fijar objetivos significativos, idear caminos alternativos y sostener la motivación con pequeños logros. Con esa brújula compartida, la promesa de Frankl cobra vida: cuando el sentido guía y la perseverancia empuja, lo que quiso quebrarte se vuelve el punto de partida.