Puentes que perduran: trabajo, cuidado y propósito comunitario

Construyan puentes mediante el trabajo y el cuidado; perduran cuando se construyen para la gente. — Wangari Maathai
De metáfora a plano de acción
La sentencia de Wangari Maathai señala que los puentes —materiales o sociales— se sostienen en dos pilares: trabajo y cuidado. El primero organiza el esfuerzo colectivo; el segundo asegura mantenimiento, empatía y continuidad. Así, el puente deja de ser solo ingeniería y se convierte en contrato cívico. En consecuencia, cuando se construyen para la gente, es decir, con un propósito público claro y medible, la estructura cobra vida útil y sentido compartido, abriendo paso a la siguiente pregunta: ¿cómo se diseña para que ese propósito perdure?
La lección de Maathai en Kenia
El Movimiento Cinturón Verde que fundó Maathai en 1977 mostró cómo el trabajo comunitario y el cuidado cotidiano regeneran bienes comunes. Plantar árboles era, en su visión, tender puentes vivos entre suelo fértil, agua y sustento de las familias (Wangari Maathai, Unbowed, 2006). Además, sus defensas de Uhuru Park y el bosque Karura conectaron ciudadanía y Estado, probando que cuando el beneficio recae en vecinas y vecinos —sombra, agua, espacio público— la protección se vuelve duradera. De ahí se desprende una pauta: participación real desde el inicio.
Participación que ancla la infraestructura
La buena infraestructura se co-diseña con quienes la usan. Jane Jacobs advirtió que la vida urbana resiste planos indiferentes a la calle (The Death and Life of Great American Cities, 1961). Un ejemplo elocuente es el puente de cuerda Q’eswachaka en Perú, reconstruido cada año por comunidades que heredan la técnica; su permanencia descansa en un ritual de cuidado compartido. De modo similar, puentes romanos como el de Alcántara (c. 106 d. C.) sobrevivieron al estar integrados a rutas cívicas esenciales. La clave, pues, es arraigar la obra en prácticas y trayectos cotidianos.
Del estreno al mantenimiento: el cuidado como sistema
Construir es solo el inicio; perdurar exige gobernanza. Elinor Ostrom mostró que reglas locales claras, monitoreo y sanciones proporcionales sostienen los bienes comunes en el tiempo (Governing the Commons, 1990). Trasladado a puentes, esto sugiere presupuestos de mantenimiento garantizados, cuadrillas locales capacitadas y canales para reportar fallas. Cuando quienes usan la obra participan en su cuidado —desde comités vecinales hasta auditorías abiertas— se reduce el deterioro y se acelera la reparación. Así, el trabajo inicial se convierte en ciclo de cuidado que refuerza confianza.
Medir lo que importa a la gente
Si un puente se diseña para la comunidad, sus indicadores van más allá del flujo vehicular: accesibilidad universal, seguridad peatonal, tiempo ahorrado a los más vulnerables y conexión a servicios. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible vinculan infraestructura con inclusión y resiliencia, especialmente en los ODS 9 y 11. Evaluar participación, usos no previstos (mercados, encuentros), y costos de operación transparentes permite ajustar a tiempo. Al centrar la medición en beneficios sociales, el proyecto evita la trampa del brillo sin propósito.
Evitar elefantes blancos mediante diseño con propósito
Los megaproyectos fallan cuando priorizan prestigio sobre utilidad. Bent Flyvbjerg documenta la “ley de hierro” de sobrecostos y retrasos en obras sin anclaje ciudadano (Megaprojects and Risk, 2003). En contraste, intervenciones situadas, iterativas y co-creadas disminuyen riesgo y aumentan adopción. La experiencia de Seúl al demoler una autopista elevada y restaurar el Cheonggyecheon muestra que reorientar inversiones hacia espacios para la gente puede regenerar movilidad, clima urbano y convivencia. El principio es simple: propósito claro, escala adecuada y aprendizaje continuo.
Puentes sociales que fortalecen los físicos
Un puente también conecta comunidades. Robert Putnam distingue entre capital social de enlace y de puente; este último une grupos distintos y reduce fricciones (Bowling Alone, 2000). Programas de empleo local en la obra, señalización multilingüe y espacios que invitan al encuentro convierten la infraestructura en tejido social. Con el tiempo, esa confianza compartida protege la inversión: más ojos cuidan, más voces reportan, más manos reparan. Así cierra el círculo de Maathai: trabajo y cuidado, al servicio de la gente, sostienen lo construido.