Obstinación y ternura: dos fuerzas del cambio

Haz obstinada la esperanza y tierno tu trabajo; ambos son necesarios para cambiar. — Toni Morrison
La disciplina de la esperanza
Para Morrison, la esperanza se ejerce, no se espera. De ahí su mandato de volverla obstinada: sostener el pulso incluso cuando nada parece moverse. En entrevistas, contó que escribía de madrugada, antes de ir a trabajar y de despertar a sus hijos; esa rutina austera transformó horas dispersas en novelas decisivas. La obstinación, entonces, no es dureza ciega, sino una constancia que protege el futuro en el presente. Pero esa constancia necesita una textura: la ternura del trabajo.
Ternura como método de trabajo
Ahora bien, hacer tierno el trabajo no significa hacerlo blando, sino preciso y humano. En su Nobel Lecture (1993), Morrison advirtió que el lenguaje puede despojar o devolver vida; esa conciencia invita a trabajar con cuidado, como quien cura una herida. La ternura nombra formas, ritmos y palabras que no reproduzcan el daño mientras persisten. Así, la tarea insiste, sí, pero sin deshumanizar: corrige, escucha, rehace. Desde esa ética se leen sus ficciones y, sobre todo, sus prácticas materiales.
Ficciones que ensayan el cambio
Desde esa ética se leen sus novelas, donde el cambio es arduo y compasivo a la vez. Beloved (1987) muestra a Sethe y Denver rehaciendo vínculos con una paciencia que desafía el trauma; la esperanza es tenaz porque no borra el dolor, lo metaboliza. En Sula (1973), la comunidad negocia entre rebeldía y cuidado, probando los límites de cada virtud. Y en Song of Solomon (1977), el viaje de Milkman se sostiene en una perseverancia guiada por memoria y afecto. La ficción de Morrison, pues, dramatiza el lema: insistir, sí, pero con delicadeza.
Edición y comunidad como cuidado
En paralelo, su trabajo editorial fue una pedagogía de cuidado. En Random House impulsó The Black Book (1974), archivo coral que sostuvo memorias negras con esmero material; además, editó Angela Davis: An Autobiography (1974), afinando una voz política sin limar su filo. Estas prácticas comunitarias muestran que la obstinación puede organizarse en estructuras y que la ternura se traduce en estándares, procesos y acompañamientos concretos. Así, la esperanza deja de ser consigna y se convierte en institución vivida.
Respaldo desde la investigación y la política
No extraña, por tanto, que investigaciones contemporáneas confirmen ese equilibrio. Grit, de Angela Duckworth (2016), vincula la perseverancia a logros sostenidos, pero advierte que la pasión requiere dirección. A su vez, la ética del cuidado de Carol Gilligan, In a Different Voice (1982), subraya que la atención al otro transforma la decisión en responsabilidad. En términos cívicos, Ella Baker (c. 1960) defendía la organización paciente de base: cambios profundos nacen de constancia y relaciones. La evidencia converge: sin ternura, la obstinación se vuelve desgaste; sin obstinación, la ternura queda en gesto.
Prácticas para encarnar el aforismo
Por eso, encarnar el aforismo exige prácticas simples y repetibles: elegir un problema acotado, fijar intervalos de trabajo breves y regulares, y cerrar cada jornada con una pregunta de cuidado —¿qué dañé, qué reparé?—. Complementariamente, crear comunidades de lectura o de oficio que auditen el tono del trabajo, como sugiere la Nobel Lecture (1993), evita que la prisa maltrate. Con el tiempo, esa combinación convierte la esperanza en hábito y el trabajo en hospitalidad, el terreno donde el cambio puede, finalmente, arraigar.