Coherencia y ejemplo: ética del liderazgo cotidiano
No es justo pedir a los demás lo que uno no está dispuesto a hacer por sí mismo. — Eleanor Roosevelt
El núcleo de la coherencia moral
La sentencia de Eleanor Roosevelt enuncia un principio sencillo y exigente: no pedir a otros lo que uno no asumiría en primera persona. Con ello, conecta la idea de justicia con la coherencia, pues la equidad no solo se proclama, también se practica. Esta intuición dialoga con la ética deontológica: Kant, en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), propone universalizar nuestras máximas; si no aceptaríamos la regla aplicada a nosotros, no deberíamos imponerla a nadie. Así, la frase funciona como un test de integridad cotidiana. Antes de formular una demanda, invita a preguntarnos si estaríamos dispuestos a soportar su costo. El paso de la teoría a la práctica, como veremos, es el terreno donde se gana —o se pierde— credibilidad.
Roosevelt y la autoridad del ejemplo
A partir de este fundamento, la propia Roosevelt cimentó su autoridad moral con actos visibles. Como Primera Dama, recorrió fábricas y hospitales militares durante la Segunda Guerra Mundial, escribió la columna “My Day” para rendir cuentas diarias y, más tarde, presidió la comisión redactora de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU, 1948). No delegó la incomodidad del trabajo de campo ni el desgaste de la negociación diplomática. Este estilo de liderazgo enviaba un mensaje claro: la exigencia hacia los demás empezaba por ella misma. Por eso su voz resonaba; no era un mandato desde el pedestal, sino una invitación desde la práctica.
Liderazgo que hace antes de mandar
En esa línea, la investigación en gestión sostiene que el ejemplo es el primer lenguaje del liderazgo. Kouzes y Posner, en The Leadership Challenge (1987/2002), llaman a esto “Model the Way”: las personas creen más en lo que ven que en lo que oyen. Por eso, equipos enteros cambian de hábitos cuando sus referentes adoptan primero la conducta esperada. Una anécdota recurrente en operaciones ilustra el punto: la directora que toma turnos de fin de semana durante un pico de demanda no solo alivia la carga; legitima la solicitud de esfuerzo extraordinario. La reciprocidad percibida convierte el sacrificio en compromiso.
Psicología de la reciprocidad y la disonancia
Desde la psicología social, esta dinámica se explica por dos fuerzas. Primero, la norma de reciprocidad (Gouldner, 1960) impulsa a corresponder cuando alguien asume costos por el bien común; el ejemplo activa una devolución voluntaria. Segundo, la disonancia cognitiva (Festinger, 1957) castiga internamente la hipocresía: si pido sacrificios que yo rehúyo, mi autoimagen y mis actos chocan, generando tensión que erosiona la confianza ajena. Asimismo, los modelos de confianza organizacional muestran que la “benevolencia” y la “integridad” del líder (Mayer, Davis y Schoorman, 1995) dependen menos del discurso y más de decisiones visibles que comparten riesgos y renuncias.
Movimientos cívicos y la prueba del sacrificio
Al trasladar esta idea al ámbito público, destaca la eficacia del ejemplo encarnado. Gandhi hilaba khadi y aceptó arrestos durante las campañas de desobediencia (Hind Swaraj, 1909; Salt March, 1930), señalando que no exigiría a otros lo que él no soportara. Del mismo modo, César Chávez ayunó en 1968 para reafirmar el carácter no violento del movimiento campesino, reforzando la legitimidad de su demanda. Estas prácticas no son gestos teatrales: transforman normas sociales al mostrar que la carga del cambio comienza por quien convoca. De ahí que la autoridad moral no se proclame; se demuestra.
Matices: límites, prudencia y proporcionalidad
Finalmente, coherencia no significa hacerlo todo ni asumir riesgos imprudentes. Hay tareas que requieren pericia específica o salvaguardas institucionales; pedirlas no es injusto si se acompaña de transparencia, apoyo y una cuota proporcional de costos. La clave está en la simetría moral: quien decide, comparte sacrificios, rinde cuentas y evita privilegios opacos. Dicho de otro modo, la máxima de Roosevelt se cumple cuando el liderazgo construye confianza mediante ejemplo, distribuye cargas con justicia y reconoce límites humanos. Así, la exigencia deja de ser imposición para convertirse en pacto.