La claridad como brújula de cada decisión

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Persigue la claridad, y tus pasos encontrarán la dirección correcta. — Haruki Murakami
Persigue la claridad, y tus pasos encontrarán la dirección correcta. — Haruki Murakami

Persigue la claridad, y tus pasos encontrarán la dirección correcta. — Haruki Murakami

Lo que significa perseguir la claridad

Al principio, perseguir la claridad no consiste en ver más cosas, sino en ver lo esencial sin ruido. La frase sugiere que cuando despejamos la niebla de lo accesorio—miedos, expectativas ajenas, urgencias mal elegidas—aparece la dirección como un sendero que ya estaba ahí. Así, la claridad funciona como brújula: no empuja, orienta; no acelera, alinea. Y, una vez alineados, los pasos se vuelven coherentes y por eso parecen correctos. Este giro mental convierte el “¿qué hago ahora?” en “¿qué sirve al propósito?”.

Murakami: rutina, correr y enfoque

Luego, la obra y los hábitos de Haruki Murakami encarnan esa búsqueda. En De qué hablo cuando hablo de correr (2007), asocia el entrenamiento sostenido con una higiene mental que permite escribir con nitidez: kilometraje constante, sueño regular, pocas distracciones. A su vez, en De qué hablo cuando hablo de escribir (2017) relata cómo la repetición de horarios y la simpleza del entorno crean el silencio donde la historia se aclara. Por transición natural, la claridad deja de ser un golpe de suerte y se vuelve un método: menos estímulos, más presencia; menos comparaciones, más trabajo profundo.

Un instante nítido en el estadio

A continuación, una escena ejemplar: en 1978, mientras veía a los Yakult Swallows en el Jingu Stadium, Murakami sintió “puedo escribir una novela”. Ese destello, narrado en De qué hablo cuando hablo de escribir (2017), no fue capricho: amplificó una disposición previa a escuchar su propia voz. De ahí surgió Escucha la canción del viento (1979) y, con el tiempo, la decisión de dejar su club de jazz Peter Cat para dedicarse de lleno a escribir. La claridad abrió la puerta; la acción congruente la cruzó.

Psicología de la claridad y la decisión

Más aún, la investigación respalda este vínculo. Las “intenciones de implementación” de Peter Gollwitzer (“si X, entonces hago Y”) reducen la fricción decisoria y elevan la ejecución al automatizar elecciones clave (Psychological Inquiry, 1999). A la vez, Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio (2011) muestra cómo simplificar el contexto favorece al Sistema 2, disminuyendo sesgos del impulso. En conjunto, claridad equivale a especificidad operativa: qué quiero, por qué importa, y cuál es la próxima acción concreta. Cuando esas respuestas están definidas, la ruta correcta deja de ser una apuesta y se vuelve un procedimiento.

Prácticas diarias para despejar el camino

Por eso, conviene convertir la claridad en hábito. Una frase de propósito (“trabajo para…”) filtra agendas; un mapa “si-entonces” traduce metas en actos; límites de atención (bloques sin pantalla, notificaciones off) protegen el foco. Las “páginas matutinas” popularizadas por Julia Cameron en The Artist’s Way (1992) vacían el ruido antes de decidir. Y, al cerrar el día, tres prioridades para mañana mantienen el vector limpio. Cada gesto no promete genialidad, pero suma metros de visibilidad, lo suficiente para seguir sin titubeos.

Claridad, no rigidez: ajustar sin perder rumbo

Finalmente, claridad no significa infalibilidad, sino cohesión entre valores y elecciones. Como recordó Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido (1946), el porqué sostiene el cómo incluso cuando cambian las circunstancias. Así, revisar el mapa no traiciona la dirección; la refina. Preguntas periódicas—¿sigue vigente mi propósito?, ¿qué aprendí que ajusta el plan?—evitan la soberbia de la certeza y conservan la nitidez operativa. De este modo, perseguir la claridad es practicarla hoy; y entonces, paso a paso, la dirección correcta emerge del propio andar.