Componer una vida que cante sobre la duda

3 min de lectura
Compón una vida que cante para ti, no una que solo acalle la duda. — Johann Wolfgang von Goethe
Compón una vida que cante para ti, no una que solo acalle la duda. — Johann Wolfgang von Goethe

Compón una vida que cante para ti, no una que solo acalle la duda. — Johann Wolfgang von Goethe

Imperativo de autenticidad

Goethe nos invita a no vivir para silenciar el murmullo de la inseguridad, sino para oír una melodía propia. Entre Werther (1774), donde la sensibilidad se desborda, y Fausto (1808–1832), que convierte la inquietud en búsqueda, su obra sugiere que la duda no es un enemigo a aplastar, sino una clave que abre variaciones. Así, componer una vida que cante implica asumir la autoría: elegir motivos, aceptar disonancias y sostener un ritmo que no depende del juicio ajeno. De ahí que la metáfora musical ilumine una ética práctica de la decisión.

La vida como composición

Bajo esta luz, la metáfora musical se vuelve guía práctica. Johann S. Bach, en El clave bien temperado (1722), afinó el instrumento para tocar en todas las tonalidades; del mismo modo, una vida bien temperada se adapta a estaciones cambiantes sin perder identidad. La coherencia no es rigidez: es un motivo que se reconoce mientras modula. Por eso, en lugar de buscar una sola nota perfecta que acalle todo, conviene diseñar una partitura flexible donde ensayo y error sean parte del compás y el timbre propio se afirme.

El papel fértil de la duda

Ahora bien, ¿qué hacemos con la duda? Montaigne, en Ensayos (1580), la convirtió en método de autoconocimiento, y Kierkegaard, en La enfermedad mortal (1849), mostró cómo el yo se pierde cuando evita decidir. En vez de sofocarla, podemos afinarla: preguntarnos qué teme proteger y qué verdad quiere señalar. Convertida en pregunta honesta, la duda marca el intervalo correcto entre impulso y acción, y entonces la voz emerge más clara. Así la inquietud deja de ser ruido de fondo y se vuelve ritmo que impulsa el fraseo vital.

El espejismo del aplauso

En contraste, vivir para apaciguar dudas suele traducirse en buscar aprobación. Guy Debord, en La sociedad del espectáculo (1967), advirtió cómo la imagen sustituye la experiencia; Erich Fromm, en El miedo a la libertad (1941), describió la huida hacia la conformidad. Un ejemplo elocuente: Glenn Gould abandonó los escenarios en 1964 para explorar el estudio, privilegiando la obra sobre el aplauso. No fue retirada, sino cambio de acústica. Cuando el público decide el tempo, la canción se vuelve fórmula; cuando el criterio propio marca el compás, aparece el timbre.

Propósito, flow y sentido

Asimismo, la psicología aporta herramientas afinadoras. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), mostró que una razón para vivir transforma el sufrimiento en tarea. Mihaly Csikszentmihalyi, en Flow (1990), describió el estado de atención plena en que desafío y habilidad se equilibran. Una vida que canta busca ese punto de resonancia: ni fácil ni imposible, sino justo. La satisfacción emerge no de silenciar inquietudes, sino de emplearlas para ajustar la dificultad, como quien sube medio tono hasta hallar armonía sin forzar la voz.

Partitura para el día a día

De ahí que convenga escribir una partitura mínima: un leitmotiv, dos prácticas, un límite. El leitmotiv responde a por qué merece sonar tu día; las prácticas son ensayos deliberados; el límite protege el silencio fértil. Nietzsche tituló Ecce Homo (1888) con la pregunta de cómo se llega a ser lo que se es; la respuesta se parece más a iteración que a epifanía. Pequeños estrenos semanales, retroalimentación sincera y pausas de afinación convierten la intención en voz sostenida y hacen habitable la exigencia.

Resonancia con los demás

Finalmente, una vida que canta para sí no es solista aislada. Hannah Arendt, en La condición humana (1958), recordó que aparecemos ante otros cuando actuamos; nuestra voz adquiere mundo al compartirse. El Sistema de orquestas juveniles de Venezuela (fundado en 1975 por José Antonio Abreu) muestra cómo una vocación personal puede encender coros comunitarios. Cantar para uno mismo, entonces, no excluye a los demás: establece un tono verdadero que otros pueden tomar como referencia, y así la duda se convierte en afinación compartida.