Ambición amplia: libertad, responsabilidad y proyecto humano

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Rechaza la pequeñez; insiste en la amplitud de tus ambiciones. — Simone de Beauvoir
Rechaza la pequeñez; insiste en la amplitud de tus ambiciones. — Simone de Beauvoir

Rechaza la pequeñez; insiste en la amplitud de tus ambiciones. — Simone de Beauvoir

El impulso existencial de crecer

La consigna de Beauvoir invita a abandonar la estrechez mental que domestica el deseo de convertirse en más. En La ética de la ambigüedad (1947), sostiene que la libertad no es una esencia dada, sino un hacer: se despliega en proyectos que abren futuro. Rechazar la pequeñez implica entonces salir del quietismo y del miedo a la iniciativa, porque la libertad se atrofia cuando renuncia a elegir. De ese modo, la «amplitud» no exige grandeza ostentosa, sino la valentía de proponer fines que excedan el mero cumplimiento. Al asumir esa apuesta, nuestra acción deja de ser un circuito cerrado y se convierte en movimiento. Esta intuición prepara el terreno para una dimensión decisiva en Beauvoir: la de las barreras históricas que confinan a muchos a la inmanencia y que la ambición, entendida éticamente, debe atravesar.

Trascender la inmanencia: una lectura feminista

En El segundo sexo (1949), Beauvoir describe cómo normas y expectativas empujan a las mujeres hacia la inmanencia: repetición, cuidado invisibilizado y renuncia a la iniciativa pública. Frente a ello, propone la trascendencia: asumir proyectos que inventen caminos, produzcan conocimiento y transformen relaciones. Su famosa fórmula —«no se nace mujer: se llega a serlo»— revela que la identidad es una construcción histórica, por lo que ampliar ambiciones es también desarmar los guiones que restringen lo posible. Así, la ambición se vuelve práctica emancipadora, no vanidad. Y en la medida en que impugna límites artificiales, prepara la discusión siguiente: ninguna expansión auténtica se sostiene en solitario, pues toda empresa significativa pide interlocutores, instituciones y mundos compartidos que la hagan legible y fecunda.

La ambición como vínculo con los otros

Pirro y Cineas (1944) muestra que todo fin remite a otros fines y, en última instancia, a otras libertades. Para Beauvoir, un proyecto es legítimo cuando no clausura la iniciativa ajena, sino que la convoca. Por eso, insistir en la amplitud de las ambiciones no es colonizar el espacio común, sino ensancharlo. Su praxis intelectual confirma la tesis: con Sartre y otros, impulsó la revista Les Temps Modernes (1945) para convertir la escritura en intervención pública. La ambición, entonces, se examina por su hospitalidad: ¿abre oportunidades, redistribuye voz, crea herencias útiles? Esa medida relacional evita que la grandeza derive en dominio. Con este criterio, podemos leer su biografía como laboratorio de consistencia entre fines y medios, preparando el paso de la teoría a los gestos concretos.

Una vida a la altura del proyecto

Beauvoir aprobó en 1929 la agrégation en filosofía —la más joven de su cohorte— y convirtió la docencia y la escritura en oficios de largo aliento. Su compromiso público no se redujo a la página: firmó el Manifiesto de las 343 (1971) por el derecho al aborto, y en La vejez (1970) amplió el foco ético hacia quienes el progreso deja atrás. Incluso su pacto afectivo —distinguía entre un «amor necesario» y amores contingentes— buscó proteger la libertad recíproca sin pequeñez posesiva. Estas decisiones ilustran la consistencia entre ambición y responsabilidad: ampliar el campo de acción sin achicar a los demás. A partir de aquí se abre una cautela clave: cómo evitar que la ambición degenere en productivismo o en culto al logro, problemas que la propia autora advirtió.

Contra el productivismo: la medida ética

La ética de la ambigüedad (1947) rechaza dos trampas: absolutizar el éxito como ídolo y refugiarse en la pasividad. La «amplitud» no es acumular metas, sino elegir aquellas que sostienen la libertad propia y ajena, aceptando la incertidumbre de los medios. En lugar de métricas de vanidad, Beauvoir propone un criterio práctico: evaluar si el proyecto crea mundo compartido —capacidades, tiempo, confianza— y si puede ser reexaminado sin dogma. Esta brújula protege de la ansiedad por rendimiento y del voluntarismo ciego, permitiendo perseverar sin perder el horizonte. Con la medida en su sitio, el siguiente paso es artesanal: traducir la ambición en hábitos, alianzas y revisiones periódicas que mantengan a raya la pequeñez cotidiana.

Prácticas para cultivar la amplitud

En Memorias de una joven formal (1958), Beauvoir narra cómo el autoexamen disciplinado orientó sus elecciones. Inspirados en ello, podemos: formular una pregunta guía de alcance («¿a quién amplía este proyecto?»); cartografiar aliados e instituciones; pactar umbrales de riesgo y aprendizaje; y programar revisiones para corregir rumbo sin orgullo herido. Además, convertir el cuidado en infraestructura —tiempo, redes, descanso— vuelve sostenible la iniciativa, evitando que la ambición devore su propia base. Finalmente, documentar y compartir métodos permite que otros continúen la obra, cerrando el círculo ético: la ambición se prueba en su legado. Así, al rechazar la pequeñez con constancia y abrir la vista a lo posible, la libertad se vuelve práctica diaria y no mera aspiración.