Elegir sentido cuando todo parece perdido y vacío

Cuando todo ha sido despojado, elige el sentido que construirás. — Viktor Frankl
Del despojo a la última libertad
Frankl sostiene que, cuando todo ha sido arrebatado, persevera una potestad íntima: decidir el significado de lo vivido. En los campos de concentración, narrados en El hombre en busca de sentido (1946), observó que esa “última libertad” —la actitud ante el sufrimiento— no podía ser confiscada. Elegir no borra el dolor, pero lo inscribe en una trama que evita su absurdo. Así, el sentido no es un consuelo barato, sino un acto de soberanía moral. Desde este punto de partida, la pregunta ya no es “¿por qué me sucede esto?”, sino “¿para qué puedo convertirlo?”. Esa mudanza de interrogante abre un pasaje del puro padecimiento a la responsabilidad. Y es, precisamente, el umbral desde el que la logoterapia propone orientar la vida incluso en medio de la pérdida.
La brújula de la logoterapia
La logoterapia, núcleo del pensamiento de Frankl, ofrece tres vías de significado: la creatividad (lo que hacemos), la experiencia (lo que amamos) y la actitud (cómo afrontamos lo inevitable). En El hombre en busca de sentido (1946), estas sendas aparecen como brújulas prácticas, no teorías abstractas. De ahí que la célebre máxima de Nietzsche —“Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”— funcione como cimiento existencial. No se trata de inventar ficciones, sino de descubrir compromisos reales que organizan nuestro esfuerzo. A partir de esta brújula, el sentido ya no es un lujo filosófico, sino una necesidad operativa para decidir prioridades, soportar el sacrificio y discernir lo imprescindible de lo accesorio.
Sufrimiento, dignidad y responsabilidad
Ahora bien, elegir sentido no es romantizar el dolor ni culpabilizar a quien sufre. Frankl insiste en que el sufrimiento evitable debe aliviarse; solo ante lo inmodificable tiene sentido la actitud. En este filo ético, Albert Camus, en El mito de Sísifo (1942), propone una rebelión lúcida: afirmar la dignidad sin negar el absurdo. Ambas miradas convergen en una misma exigencia: preservar la humanidad propia y ajena. Así, la responsabilidad de elegir significado se vuelve también responsabilidad hacia los demás, porque el sentido auténtico rara vez es solitario. De este modo, la reflexión se vincula con la acción concreta, preparando el terreno para prácticas cotidianas que encarnen esa elección.
Prácticas cotidianas para construir sentido
Para traducir la idea en hábito, conviene empezar pequeño: formular una frase de propósito de una línea, pactar micro-compromisos diarios y revisar, cada noche, a quién o a qué servimos con nuestras acciones. Las tres vías franklianas pueden guiar un plan: un proyecto creativo tangible, un vínculo que cultivar con presencia y una actitud elegida ante lo que no controlamos. Técnicas de la logoterapia como la dereflexión (descentrar la atención del síntoma hacia la tarea) o la intención paradójica (acoger con humor lo temido) ofrecen herramientas concretas. Así, el sentido deja de ser intuición efímera y se vuelve práctica sostenida. Con estas bases, la elección de significado puede irradiar a ámbitos laborales, de salud y de comunidad.
Aplicaciones en trabajo, salud y comunidad
En el trabajo, un “para qué” explícito amortigua el desgaste: la contribución guía prioridades y da contexto a la frustración. En salud, intervenciones como la Terapia Centrada en el Sentido de William Breitbart en oncología muestran cómo articular valores y legado fortalece a pacientes y familias. En la esfera pública, Emily Esfahani Smith, The Power of Meaning (2017), subraya cuatro pilares —pertenencia, propósito, trascendencia y relato— que las comunidades pueden cultivar. De este modo, la elección individual se vuelve tejido común: proyectos con nombre y rostro, relatos compartidos y prácticas que nos recuerdan por qué perseverar. A partir de aquí, el sentido no solo sostiene a la persona; también repara vínculos y orienta instituciones.
Legado: construir hacia los demás
Finalmente, elegir sentido es decidir qué huella dejamos. Frankl describe cómo imaginar un futuro —un trabajo por terminar, un ser amado, una palabra aún no dicha— podía sostener la vida en el presente (El hombre en busca de sentido, 1946). Ese gesto convierte el despojo en semilla: lo que hoy parece pérdida se vuelve material para servir, testimoniar y enseñar. En la tradición del tikkun olam, “reparar el mundo” empieza por el trozo de realidad que tenemos a mano. Así, cuando todo ha sido despojado, aún queda la obra de construir: un acto de libertad que, al mismo tiempo, es un acto de cuidado. Y en esa doble fidelidad —a uno mismo y a los demás— se afirma el sentido que elegimos.