Deseo y constancia: remar hacia tu orilla

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Que tus deseos sean los remos; rema con constancia hacia la orilla que imaginas — Safo
Que tus deseos sean los remos; rema con constancia hacia la orilla que imaginas — Safo

Que tus deseos sean los remos; rema con constancia hacia la orilla que imaginas — Safo

Una brújula poética desde Lesbos

Safo (Lesbos, s. VII–VI a. C.) condensa en su imagen marítima una ética del avance: que el deseo sea remo y la imaginación, costa. En una cultura isleña donde el mar decidía rutas y destinos, la metáfora no es adorno, sino método. Así como la embarcación depende del ritmo concertado de sus remeros, nuestra vida se acopla al compás de aspiraciones bien orientadas. Este punto de partida sugiere que la dirección importa tanto como la fuerza; por ello, antes de acelerar conviene preguntarse hacia qué orilla se rema.

El deseo como motor y dirección

En la filosofía antigua, el deseo (orexis) no es mero capricho, sino impulso que apunta a un fin. Aristóteles explica que deseamos lo que el razonamiento presenta como bueno, y deliberamos sobre los medios (Ética a Nicómaco, III.3). De este modo, el deseo aporta energía y la razón traza la carta náutica: sin el primero no hay movimiento; sin la segunda, se deriva sin control. Esta complementariedad enlaza con Safo: los remos no eligen el norte, pero convierten una intención en avance medible.

Constancia: del impulso al hábito

El primer envión enamora, pero es el hábito el que sostiene la travesía. La investigación sobre “grit” muestra que la perseverancia en metas de largo plazo predice logro más allá del talento (Angela Duckworth, Grit, 2016). A la par, la teoría de fijación de metas subraya objetivos específicos, desafiantes y con retroalimentación (Locke y Latham, 2002). Como en una trainera, el ritmo cuenta más que la braza aislada: repetir, medir, ajustar. Así, la constancia no apaga el deseo; lo afina, evitando que la ambición se evapore en espuma.

Imaginar la orilla sin naufragar en fantasías

Visualizar la costa puede motivar, pero la fantasía sola adormece el esfuerzo. Gabriele Oettingen mostró que contrastar mentalmente el deseo con los obstáculos —el método WOOP— aumenta la ejecución al activar planes realistas (Rethinking Positive Thinking, 2014). Soñar, entonces, es el mapa; nombrar corrientes, vientos y rocas es el derrotero. Enlazando con Safo, la imagen de la orilla guía el golpe de remo, y el reconocimiento de las olas determina la cadencia.

Tormentas y corrientes: resiliencia en ruta

Toda travesía enfrenta imprevistos. Homero narra cómo Odiseo avanza no por mar en calma, sino aprendiendo a leer vientos adversos (Odisea, libros V–XII). Del mismo modo, Viktor Frankl observó que un sentido elegido convierte el sufrimiento en componente de la ruta, no en su fin (El hombre en busca de sentido, 1946). Con esta mirada, los golpes de agua no niegan la meta; la profundizan. Y al aceptar el aprendizaje, se activa una mentalidad de crecimiento que transforma cada oleaje en técnica (Carol Dweck, 2006).

No todos los deseos merecen remo

Elegir bien ahorra mareas inútiles. Epicuro recomendaba priorizar deseos naturales y necesarios, pues reducen ansiedad y amplían placer estable (Carta a Meneceo). Los estoicos, por su parte, distinguían lo controlable de lo externo para no encadenar el timón a vientos caprichosos (Epicteto, Enquiridión). De la fricción entre ambos enfoques surge un criterio práctico: remar hacia deseos que amplían libertad y virtud, descartando sirenas que brillan pero desvían.

Rituales y métricas para remar mejor

La poética se vuelve práctica con sistemas simples: un ritual de arranque (primeros 10 minutos sin interrupciones), una métrica guía semanal (horas enfocadas), y una revisión breve con ajustes —como cambiar la palada al sentir la marea. Un músico, por ejemplo, mejora más midiendo “minutos de escalas al metrónomo” que esperando la musa. Cerrando el círculo, Safo nos recuerda que el deseo orienta, la constancia impulsa y la orilla imaginada reúne ambos en una sola estela.