Forjar propósito a través del servicio y entrega

Cuando el sentido escasea, créalo dando: el propósito se forja mediante el servicio. — Viktor E. Frankl
De la carencia al sentido
Para empezar, la frase condensa una intuición central de Viktor E. Frankl: cuando el sentido falta, no se mendiga, se crea. En El hombre en busca de sentido (1946), Frankl narra cómo, incluso en el campo de concentración, pequeños actos de ayuda —calmar a un compañero, compartir una palabra de esperanza— abrían un resquicio de propósito donde todo parecía cerrado. El sentido, sugiere, no es un tesoro enterrado sino una tarea: algo que se forja en la relación con otros y con una causa más grande que uno mismo.
La lógica de la logoterapia
En consonancia, la logoterapia afirma que la “voluntad de sentido” se satisface a través de valores creativos (lo que damos), vivenciales (lo que recibimos del encuentro) y actitudinales (la postura ante el sufrimiento). Cuando el sentido escasea, el servicio activa, al menos, dos de estas vías: crea algo útil para alguien y, a la vez, nos vincula. Frankl describía la autotrascendencia como impulso saludable: la persona se descubre a sí misma en la medida en que se entrega (Frankl, 1966). Servir, entonces, no es fuga de uno mismo, sino el camino por el que el yo se organiza alrededor de un porqué concreto.
Ecos filosóficos y éticos
Desde la filosofía, esta idea resuena con la eudaimonía de Aristóteles: vivir bien es ejercer la virtud en la polis; la beneficencia no es adorno moral, sino forma de florecimiento (Ética a Nicómaco). Asimismo, la caritas agustiniana y la tzedaká en la tradición judía —sistematizada por Maimónides en su “escalera” de dar— proponen que la donación inteligente crea justicia y dignidad, no solo alivio. De este modo, servir no se limita a paliar urgencias: orienta la vida hacia un bien compartido, y con ello estabiliza la brújula del sentido.
Evidencia psicológica contemporánea
A la luz de estas intuiciones, la investigación actual añade respaldo empírico. Gastar en otros aumenta el bienestar subjetivo frente a gastarlo en uno mismo (Dunn, Aknin y Norton, Science, 2008), y metaanálisis posteriores refuerzan el efecto prosocial (Aknin et al., 2013). Asimismo, tener propósito predice menor mortalidad en décadas siguientes, incluso controlando salud y demografía (Hill y Turiano, 2014). La teoría de la ampliación y construcción sugiere que las emociones positivas derivadas de ayudar expanden recursos cognitivos y sociales (Fredrickson, 2001), mientras el llamado “helper’s high” describe la elevación tras actos altruistas (Allen Luks, 1988). Servir, parece, no solo da sentido: también robustece mente y cuerpo.
Prácticas concretas de servicio
En la práctica, crear sentido dando comienza con acciones específicas y sostenibles. Microactos diarios —mentorear a un colega, cocinar para un vecino mayor, traducir habilidades en voluntariado profesional— trazan un hilo continuo entre intención y impacto. Un método simple: elegir un colectivo, delimitar una necesidad y diseñar un compromiso medible (por ejemplo, dos horas semanales durante tres meses). Luego, registrar historias concretas de beneficio recibido ayuda a que el propósito no sea una abstracción, sino un relato vivo que guía la siguiente decisión.
Cuidar sin desbordarse
Con todo, dar no implica agotarse. La fatiga por compasión es real (Figley, 1995): sin límites, el servicio puede derivar en cinismo o burnout. La autocompasión —entrenada por Kristin Neff (2011)— y el descanso planificado previenen ese desborde, al igual que rotar tareas y compartir la carga en equipos. En términos de Frankl, la actitud también forja sentido: cuidar de uno mismo mantiene la libertad interior necesaria para seguir eligiendo servir con lucidez y no por deber rígido o culpa.
Propósito compartido y tejido social
Finalmente, el servicio genera sentido personal y a la vez repara el vínculo colectivo. Iniciativas comunitarias —desde redes de ayuda mutua hasta proyectos como Hull House de Jane Addams (1890s)— muestran cómo la entrega organizada crea capacidades locales y pertenencia. Cuando muchas biografías se orientan a un bien común, la sociedad no solo funciona mejor: también se vuelve un lugar donde encontrar sentido es más probable. Así, la invitación de Frankl se completa: dar no solo llena un vacío, sino que construye un mundo en el que el sentido encuentra hogar.