Claridad y confusión: el trato que merecemos

3 min de lectura

Lo claro es amable. Lo confuso es cruel. — Brené Brown

Del lema a su significado

Desde el primer trazo, la frase de Brené Brown sintetiza una ética de comunicación: ser claro es un acto de cuidado; dejar ambigüedad es desatender al otro. En Dare to Lead (2018), Brown populariza el aforismo clear is kind, unclear is unkind para recordar que expectativas explícitas evitan vergüenza, sobreesfuerzo inútil y resentimiento. Claridad no es rigidez, sino delimitar qué es importante, qué no y cómo evaluaremos el resultado. Así, la amabilidad no reside solo en el tono dulce, sino en reducir la incertidumbre que desgasta.

El costo de la ambigüedad

Esta idea cobra fuerza cuando observamos el costo de la confusión. La ambigüedad activa respuestas de amenaza y rumiación: sin parámetros, la mente llena vacíos con supuestos catastróficos. Amy Edmondson, en The Fearless Organization (2018), muestra que la seguridad psicológica nace de reglas nítidas para hablar y errar. Ya lo adelantaba Paul Grice (1975) con su máxima de manera: sea claro, evite la oscuridad. En suma, lo confuso no es neutral; es cruel porque transfiere la carga de interpretar, exponiendo a errores que luego se castigan. De ahí el salto natural al trabajo.

Trabajo: expectativas y retroalimentación

En los equipos, claridad significa acordar expectativas observables y plazos, y dar retroalimentación específica. Decir mejora tu actitud castiga sin ruta; en cambio, acordar entrega del informe en 24 horas con tres hallazgos priorizados guía la acción. Kim Scott, en Radical Candor (2017), propone cuidar personalmente y desafiar directamente, una combinación que convierte la franqueza en apoyo. Asimismo, marcos como OKR popularizados por John Doerr (2018) vuelven visible qué importa ahora y cómo luce logrado. Con esa base profesional, el puente hacia la vida íntima es evidente.

Relaciones: límites que cuidan

En las relaciones, la claridad son límites explícitos y pedidos concretos. Nedra Glover Tawwab, en Set Boundaries, Find Peace (2021), muestra que decir no con honestidad previene la acumulación de resentimiento. De forma afín, la Comunicación No Violenta de Marshall Rosenberg (2003) sugiere describir conductas, nombrar necesidades y hacer solicitudes medibles. Un ejemplo simple: en vez de desaparecer, comunicar no podré asistir el sábado, pero puedo el martes a las 7 evita heridas gratuitas. Desde aquí, mirar la crianza revela la misma lógica.

Crianza y aprendizaje con seguridad

Los niños florecen cuando las reglas son consistentes y comprensibles. Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson, en No-Drama Discipline (2014), explican que límites previsibles calman el sistema nervioso y abren la puerta al aprendizaje. En educación, John Hattie, Visible Learning (2009), destaca que la claridad de objetivos y criterios de éxito tiene efectos potentes en el rendimiento. En ambos casos, lo amable es reducir el misterio: explicar el porqué y el cómo. Este hilo ético nos conduce, por último, a la forma de decir con humanidad.

Ética de la franqueza compasiva

La claridad no exige dureza; exige precisión con cuidado. El habla correcta del budismo —recta palabra del Noble Óctuple Sendero— invita a decir lo verdadero, útil y oportuno; Aristóteles, en Ética a Nicómaco, valora la veracidad como virtud situada. Traducido al día a día: formule el qué, por qué y para cuándo; confirme comprensión con un repite en tus palabras; y deje espacio para preguntas. Así, cerramos el círculo: ser claro es un acto de compasión; dejar al otro en la niebla, por el contrario, se siente como crueldad.