Muévete: no eres un árbol, elige rumbo

Si no te gusta donde estás, muévete. No eres un árbol. — Jim Rohn
Un recordatorio de agencia personal
La frase de Jim Rohn destila una verdad sencilla: los seres humanos no estamos fijados al suelo. A diferencia de un árbol, contamos con elección, aprendizaje y movimiento. Este llamado a la acción no niega las dificultades; más bien nos recuerda que la inmovilidad perpetua suele ser una decisión encubierta. Por eso, cuando el lugar —físico, laboral o emocional— deja de nutrirnos, la posibilidad de movernos reabre el horizonte de alternativas. Sin embargo, reconocer la agencia no basta; hay fuerzas que nos mantienen quietos.
Inercia y raíces que inventamos
La costumbre se confunde con seguridad, y el sesgo por el statu quo nos ata. La aversión a la pérdida descrita por Kahneman y Tversky (1979) hace que el posible costo del cambio pese más que sus ganancias, y la indefensión aprendida de Seligman (1975) vuelve creíbles los límites imaginarios. Estas raíces psicológicas, aunque invisibles, sujetan. Por ello, antes de movernos conviene desmontar temores y redefinir qué significa “moverse”: no solo migrar de ciudad, sino alterar hábitos, conversaciones y prioridades.
Moverse también es cambiar conductas
Tras reconocer la traba, el movimiento puede empezar en pequeño. Los microcambios de “Tiny Habits” de BJ Fogg (2019) y la “mentalidad de crecimiento” de Carol Dweck (2006) muestran que avanzar un paso consistente vence a la parálisis del gran salto. Ajustar una rutina, pedir una reunión difícil o aprender una habilidad son traslados cotidianos de identidad. A continuación, si diseñamos el entorno para facilitar estas acciones, el movimiento deja de depender de fuerza de voluntad momentánea.
Diseñar el camino: fricción y empujones útiles
Modificar el contexto reduce la fricción del cambio. “Nudge” de Thaler y Sunstein (2008) explica cómo pequeños “empujones” en el entorno hacen que la opción deseada sea la más fácil. Asimismo, las intenciones de implementación de Gollwitzer (1999)—“si X, entonces haré Y”—convierten deseos en planes ejecutables. Preparar la mochila la noche anterior o bloquear el calendario para el estudio son movimientos logísticos que habilitan el movimiento vital. Con el terreno listo, las historias nos enseñan qué significa transformarse.
Metáforas y relatos de transformación
La Odisea atribuye a Ulises un viaje que no solo recorre mares: redefine quién es al volver a Ítaca. Cervantes, en Don Quijote (1605–1615), sugiere que la salida al camino crea realidad interior tanto como exterior. En contraste, La metamorfosis de Kafka (1915) dramatiza la asfixia de no poder moverse del propio cuarto. En la vida cotidiana, una profesional que replantea su rol y negocia proyectos de mayor impacto se mueve sin cambiar de empresa. Ahora bien, todo desplazamiento exige ponderar riesgos.
Riesgo, costo de quedarse y sentido de dirección
Quedarse también cuesta: oportunidad perdida, motivación que se erosiona, relaciones que se enfrían. “Switch” de Chip y Dan Heath (2010) muestra cómo dirigir la mente racional, motivar la emocional y moldear el entorno acelera decisiones difíciles; y Annie Duke, en Quit (2022), recuerda que renunciar a tiempo es una habilidad estratégica. Elegir rumbo requiere alinear movimiento con valores—como propone Viktor Frankl (1946), el sentido orienta el sufrimiento y la acción. En consecuencia, si no te gusta donde estás, muévete: no eres un árbol y tu próximo paso puede ser el primero de un trayecto elegido.