Éxito como riesgo: el camino a ser tú

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Mide el éxito por los riesgos que corriste para llegar a ser tú. — Aristóteles
Mide el éxito por los riesgos que corriste para llegar a ser tú. — Aristóteles

Mide el éxito por los riesgos que corriste para llegar a ser tú. — Aristóteles

Del aforismo a su núcleo ético

La sentencia, atribuida a Aristóteles, invita a alterar la vara con que solemos medir el éxito: no por trofeos externos, sino por los riesgos asumidos para vivir en coherencia con la propia identidad. Aunque su resonancia suena moderna, su pulso es clásico: el valor de una vida se lee en la forma en que sorteamos el miedo para realizar aquello que nos define. Así, más que celebrar la temeridad, la frase sugiere una contabilidad moral: cada avance hacia el “ser tú” implica atravesar incertidumbres. La pregunta deja de ser “¿qué lograste?” para convertirse en “¿qué arriesgaste, prudentemente, para ser fiel a tus fines?”

Eudaimonía, virtud y la medida del riesgo

En la Ética a Nicómaco (c. 350 a. C.), Aristóteles concibe la eudaimonía como florecimiento, y las virtudes como hábitos que afinan el carácter. Entre ellas, la valentía evita tanto la cobardía como la temeridad: el riesgo justo se decide con phronesis, la prudencia que calibra fines y medios. Desde esta base, arriesgar para “llegar a ser tú” no es saltar al vacío, sino orientar la vida hacia un telos propio. La excelencia no se prueba en resultados fortuitos, sino en elecciones repetidas que, pese a su costo, preservan la integridad del proyecto vital.

Identidad como relato: reescribir el guion

A continuación, la psicología narrativa sugiere que nos contamos quiénes somos mediante historias que dotan de sentido a nuestras decisiones. Dan P. McAdams (The Stories We Live By, 1993) muestra que cambiar de guion exige asumir pérdidas: status, certezas o aprobación social. Piénsese en quien deja una carrera lucrativa por la docencia. No persigue menos éxito, sino otro tipo de bien. El riesgo—ingresos menores, reputación en juego—es el precio de un relato más coherente. Así, la métrica no es el salario, sino la valentía sostenida para sostener la nueva trama.

Ecos existenciales de la autenticidad

Este hilo enlaza con la tradición existencial. Kierkegaard, en Temor y temblor (1843), describe el “salto de fe” como riesgo radical que funda la propia existencia. Nietzsche retoma el eco pindárico “llega a ser quien eres” (Así habló Zaratustra, 1883–85), subrayando la autoformación como tarea peligrosa. Lejos de contradecir a Aristóteles, estos ecos amplían su horizonte: la autenticidad requiere atravesar la angustia de elegir. Victor Frankl (El hombre en busca de sentido, 1946) añadió que el sentido emerge cuando respondemos responsablemente a valores que reclaman acto, aun cuando el costo sea alto.

Aprendizaje, incomodidad y crecimiento medible

Por otra parte, la evidencia contemporánea respalda la tesis. La mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (2006) muestra que el progreso se nutre de desafíos que nos exponen al error. Vygotski (1934) llamó zona de desarrollo proximal al espacio donde la dificultad es abordable con apoyo, y Csikszentmihalyi (1990) describió el flujo cuando reto y habilidad se equilibran. En ese cruce, el riesgo adecuado no destruye; forma. La incomodidad se vuelve señal, no alarma: indica que estamos ensanchando la capacidad de responder, no simplemente acumulando recompensas.

Cómo medir sin banalizar el coraje

Finalmente, medir el éxito por riesgos tomados implica inventariar decisiones alineadas con valores y su costo asumido. Indicadores útiles: conversaciones difíciles sostenidas, experimentos ejecutados con hipótesis explícitas, hábitos que protegen el telos (tiempo creativo, servicio), y lecciones aprendidas documentadas. Taleb, en Antifrágil (2012), sugiere registrar pequeños ensayos con caída controlada: la mejora nace de golpes que fortalecen. Una “bitácora de riesgos” convierte la valentía en práctica: ¿qué arriesgué esta semana por coherencia?, ¿qué aprendí?, ¿qué límite cuidé? Así, el éxito deja de ser una foto de logros y se convierte en el rastro vivo de una identidad que, paso a paso, se atrevió a ser.