Soñar exige trabajo y una imaginación comprometida

Los sueños exigen tanto esfuerzo como imaginación; comprométete con ambos. — Simone de Beauvoir
Del sueño al proyecto
En primer lugar, el aforismo sugiere que soñar no es evasión, sino punto de partida de un proyecto. En la ética existencialista de Simone de Beauvoir, la libertad no se agota en el deseo: se realiza en actos. En La ética de la ambigüedad (1947), afirma que la libertad se encarna en proyectos que asumimos responsablemente. Trasladado a los sueños, la imaginación provee la visión, pero solo el esfuerzo los saca del terreno de lo posible para situarlos en lo real. Así, soñar deja de ser pasivo y se convierte en decisión sostenida.
Libertad y responsabilidad concreta
A continuación, la noción de compromiso aparece como el puente entre imaginar y hacer. Para Beauvoir, toda elección nos sitúa y nos define; no elegir también es escoger. Comprometerse con un sueño implica aceptar condiciones, límites y consecuencias, sin renunciar a la apertura creadora. De este modo, la responsabilidad no reprime la imaginación: la enfoca. El sueño gana espesor cuando se vuelve tarea, calendario y rendición de cuentas, pues la libertad se prueba en la continuidad de los actos.
Imaginación que planifica
Asimismo, la imaginación se potencia cuando se traduce en planes concretos. La psicología de la autorregulación propone las “intenciones de implementación”: fórmulas si-entonces que vinculan contextos a acciones (Peter Gollwitzer, 1999). Por ejemplo: “Si es lunes a las 7, entonces escribiré 30 minutos”. Este pequeño giro convierte la visión en conducta repetible y protege al sueño de la inercia cotidiana. La creatividad no se apaga al planificar; por el contrario, encuentra un cauce para expandirse con menos fricción.
Esfuerzo deliberado y constancia
Por otra parte, no todo esfuerzo es igual. La investigación sobre “grit” o perseverancia (Angela Duckworth, 2016) y la práctica deliberada (K. Anders Ericsson, 1993–2016) muestra que el progreso exige trabajo con retroalimentación, metas ajustadas y atención a las debilidades, no mera repetición. Así, comprometerse con el esfuerzo significa aprender a trabajar mejor, no solo más. La imaginación marca el norte; la constancia inteligente traza el camino, paso a paso, hasta volver lo excepcional en hábito.
Creatividad con disciplina cotidiana
Ahora bien, la chispa creativa prospera en estructuras que la sostienen. Teresa Amabile (1983) documentó que la motivación intrínseca y ciertos límites favorecen la creatividad, desmontando el mito de la inspiración caprichosa. En sus memorias, Beauvoir describe jornadas metódicas de escritura en cafés parisinos: rutina y entorno como aliados del imaginario. La disciplina no mata el sueño; lo protege del azar, ofreciendo un ritmo donde la imaginación puede regresar cada día y profundizarse.
Aprender del tropiezo
Además, comprometerse con el esfuerzo implica resignificar el error. La mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (2006) muestra que interpretar el fracaso como información acelera el aprendizaje. Bajo esta mirada, cada intento refina la visión inicial: se poda lo superfluo, se fortalecen soluciones y el sueño madura. Lejos de desmentir la imaginación, los tropiezos la vuelven más lúcida, porque obligan a reimaginar con datos y no solo con deseos.
Sueños que transforman lo común
Finalmente, los sueños adquieren plena densidad cuando reconocen su dimensión social. El segundo sexo (1949) evidencia cómo las estructuras condicionan posibilidades individuales; por ello, ciertos anhelos requieren también modificar contextos. Comprometerse con el esfuerzo no es solo trabajar en uno mismo, sino abrir caminos para otros: colaboración, instituciones y políticas que hagan viable lo imaginado. Así, la imaginación deja de ser solo privada y deviene práctica colectiva de libertad.