Sembrar esfuerzo y esperanza para cultivar sentido

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El sentido crece donde siembras tu esfuerzo y te niegas a arrancar de raíz la esperanza. — Viktor Fr
El sentido crece donde siembras tu esfuerzo y te niegas a arrancar de raíz la esperanza. — Viktor Frankl

El sentido crece donde siembras tu esfuerzo y te niegas a arrancar de raíz la esperanza. — Viktor Frankl

La semilla del sentido

La metáfora que sugiere Frankl evoca un campo: el sentido no aparece por azar, germina allí donde uno trabaja la tierra. Sembrar esfuerzo implica orientar la energía hacia tareas, vínculos y valores que importan; negarse a arrancar de raíz la esperanza equivale a proteger el brote frente a la intemperie. Así, el sentido no es solo hallazgo, sino cosecha paciente. De este modo, la imagen también advierte: incluso en suelos adversos, la constancia y la esperanza pueden transformar el terreno. El énfasis no está en controlar el clima, sino en perseverar en el cultivo, aceptando la incertidumbre sin ceder al cinismo.

Frankl y la logoterapia en lo extremo

Viktor Frankl escribió desde el borde del abismo. En *El hombre en busca de sentido* (1946/1959) narra cómo, en los campos de concentración, conservar un propósito —recordar a la esposa amada, concluir un manuscrito, sostener a un compañero— podía marcar la diferencia entre rendirse o resistir. La esperanza, lejos de ingenuidad, era un acto de lucidez que preservaba la dignidad. A partir de esa experiencia, su logoterapia propone que el ser humano se realiza al orientarse hacia un sentido por cumplir. No elegimos todas las circunstancias, pero sí la actitud con que las afrontamos; de ahí la ética del esfuerzo esperanzado.

Esperanza como resistencia activa

Negarse a «arrancar de raíz la esperanza» describe una disciplina interna. La teoría de la esperanza de C. R. Snyder (1991; 2002) la define como la combinación de agencia (sentirse capaz) y caminos (encontrar rutas alternativas). Cuando una vía se bloquea, la esperanza abre otra senda, y el esfuerzo continúa. En esta línea, la esperanza no es espera pasiva, sino una habilidad que se entrena: imaginar metas claras, trazar rutas y ajustar el rumbo al topar con obstáculos. Así, el sujeto no se disuelve en la adversidad; se reconfigura.

Del esfuerzo a la eficacia personal

La psicología contemporánea respalda este binomio. Albert Bandura (1977) mostró que la autoeficacia —creer que uno puede— potencia el desempeño; Carol Dweck (2006) evidenció que la mentalidad de crecimiento convierte el error en aprendizaje; y Angela Duckworth (2016) describió la «garra» como perseverancia con pasión sostenida. Juntas, estas ideas precisan el campo que Frankl esbozó. En consecuencia, el esfuerzo no es mero sacrificio, sino inversión inteligente guiada por sentido. Cuando la esperanza orienta y la práctica afina, los avances, aunque pequeños, se vuelven acumulativos.

Prácticas para cultivar sentido cotidiano

La siembra se hace con gestos concretos: definir metas significativas de corto plazo, dividirlas en micro-acciones y revisar semanalmente aprendizajes y ajustes. Escribir una carta al futuro yo consolida dirección; un diario de gratitud —tres registros por día— ha mostrado beneficios en bienestar (Emmons y McCullough, 2003). Además, contribuir al bien común, aunque sea en dosis modestas, refuerza propósito. A la par, narrar la propia historia resaltando valores y contribuciones —lo que la investigación sobre sentido denomina “coherencia narrativa” (Steger, 2009)— convierte los episodios dispersos en trayectoria con intención.

Sufrimiento, elección y trascendencia

Frankl cita a Nietzsche: «Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo» (Götzen-Dämmerung, 1889). No se trata de glorificar el dolor, sino de descubrir una responsabilidad que lo atraviese. En *La voluntad de sentido* (1969), Frankl insiste en que elegir la actitud ante lo inevitable transforma la herida en tarea. Así, cerramos el círculo: el sentido crece donde el esfuerzo labra y la esperanza arraiga. No desaparecen las tormentas, pero el cultivo aprende a absorberlas y, con el tiempo, a florecer.