Mi interés está en el futuro porque voy a pasar el resto de mi vida en él. — Charles F. Kettering
Un domicilio llamado mañana
Kettering nos recuerda que el futuro no es una abstracción; es el lugar donde residirán todas nuestras decisiones. Como inventor y director de investigación en General Motors, promovió la práctica de anticipar problemas antes de que aparecieran, la misma lógica que lo llevó al arranque eléctrico del automóvil (c. 1911). Si vamos a “vivir” en el futuro, tiene sentido amueblarlo hoy: invertir en capacidades, relaciones y sistemas que resistan el paso del tiempo. Así, su frase funciona como brújula ética y pragmática: orientar el presente con criterio de larga duración.
Cómo la mente negocia el porvenir
Sin embargo, nuestra psicología tiende a privilegiar el ahora. La economía conductual describe el sesgo del presente y el descuento hiperbólico, que nos hacen subvalorar beneficios futuros (Laibson, 1997). Aun así, podemos entrenar la conexión con nuestro “yo futuro”: Hal Hershfield mostró que visualizarlo aumenta el ahorro y la toma de decisiones prudentes (Hershfield et al., 2011). Incluso el clásico experimento del malvavisco de Mischel (1972) sugiere que la capacidad de demorar gratificaciones, cuando se acompaña de entornos confiables, predice mejores resultados a largo plazo. Enlazando con Kettering, cultivar esa continuidad psicológica convierte el futuro en alguien por quien vale la pena actuar hoy.
Del temor a la imaginación estratégica
El futuro suele inspirar ansiedad, pero la imaginación puede transformarla en dirección. Alvin Toffler, en Future Shock (1970), advirtió que el ritmo del cambio desorienta; no obstante, esa lucidez invita a ensayar futuros alternativos. Aquí encaja la Ley de Amara: tendemos a sobreestimar los efectos de una tecnología a corto plazo y subestimarlos a largo plazo (Amara, c. 1970). Esta perspectiva amortigua euforias y pánicos, y abre espacio para pensar con calma: ni catastrofismo paralizante ni optimismo ingenuo, sino una curiosidad disciplinada que convierte escenarios inciertos en hipótesis trabajables.
Herramientas para ver y construir futuros
La prospectiva ofrece métodos para pasar de intuiciones a decisiones. La planificación por escenarios de Shell, liderada por Pierre Wack, ayudó a anticipar el choque petrolero de 1973 y fortaleció su estrategia (Wack, Harvard Business Review, 1985). El backcasting parte de una visión deseada y retrocede para definir pasos factibles (Robinson, Futures, 1990). El pre-mortem invita a imaginar un fracaso y a enumerar sus causas para prevenirlo (Gary Klein, 2007). Incluso la design fiction, popularizada por Bruce Sterling en Shaping Things (2005), crea prototipos narrativos que hacen tangibles dilemas futuros. Conectadas, estas prácticas convierten el consejo de Kettering en rutina operativa.
Innovación con brújula ética
Proyectar futuros también exige preguntarse por sus consecuencias. El dilema de Collingridge señala que es más fácil dirigir una tecnología cuando es inmadura, justo cuando menos entendemos sus impactos (Collingridge, 1980). De ahí la necesidad de diseño sensible a valores (Friedman et al., 1996) y de una ética de la información que considere efectos sistémicos (Floridi, 2013). Transitando desde las herramientas del apartado anterior, una gobernanza anticipatoria permite experimentar con guardrails, evaluar daños y beneficios, y revisar supuestos. Así, imaginar el futuro no es sólo eficacia: es responsabilidad con quienes lo habitarán.
Aprender al ritmo del cambio
La mejor apuesta hacia adelante es la capacidad de aprender. John Boyd mostró con el ciclo OODA—observar, orientar, decidir, actuar—cómo la adaptación rápida supera la rigidez (Boyd, c. 1976). En paralelo, las organizaciones que aprenden, descritas por Peter Senge en The Fifth Discipline (1990), convierten el conocimiento en ventaja sostenida. Complementariamente, la mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (2006) subraya que las habilidades pueden desarrollarse con práctica deliberada. Siguiendo la lógica de Kettering, el aprendizaje continuo no es un lujo: es la infraestructura esencial del hogar que llamamos futuro.
De la visión a los compromisos diarios
Finalmente, un futuro que valga la pena requiere hábitos que lo acerquen. Las intenciones de implementación—“si X, entonces haré Y”—mejoran el cumplimiento de metas (Gollwitzer, 1999). El enfoque de hábitos pequeños demuestra que cambios minúsculos, repetidos, generan transformaciones acumulativas (B. J. Fogg, 2011). En el plano financiero, Save More Tomorrow vinculó incrementos de ahorro a futuras subidas salariales para vencer la inercia (Thaler y Benartzi, 2004). Así, cerrando el círculo con Kettering, interesarnos por el futuro significa traducir visiones en microdecisiones consistentes, día tras día, hasta que el mañana deseado sea simplemente el presente en el que vivimos.