El poder como puente hacia el empoderamiento ajeno
Si tienes algo de poder, entonces tu trabajo es empoderar a alguien más. — Toni Morrison
De la autoridad al servicio
Desde el inicio, la frase de Toni Morrison reorienta el sentido del poder: no es un trofeo que se conserva, sino una tarea que se comparte. Tener influencia, recursos o voz implica convertirlos en plataformas para otros. Así, la autoridad deja de ser un fin y se vuelve un medio, con una brújula ética que apunta hacia la expansión de capacidades ajenas. Esta inversión de perspectiva abre un hilo conductor para pensar el liderazgo como práctica de servicio y no de acumulación.
Lecciones desde la obra de Morrison
En su Nobel Lecture (1993), Morrison advirtió que el lenguaje puede oprimir o liberar; cuando da vida y abre posibilidades, empodera. Esa intuición literaria se vuelve social en novelas como Beloved (1987), donde la comunidad sostiene a quienes cargan con traumas indecibles. Al pasar de la palabra a la acción, su estética sugiere una ética: si tienes voz, úsala para ensanchar la voz de otros. De este modo, la literatura ofrece una cartografía moral para el ejercicio del poder cotidiano.
Liderazgo comunitario que multiplica voces
A continuación, la historia del activismo confirma la tesis. Ella Baker impulsó un modelo de organización horizontal en el movimiento por los derechos civiles, fomentando que cada persona aprendiera a liderar. Su trabajo con el SNCC mostró que la fuerza colectiva crece cuando las habilidades se distribuyen, no cuando se monopolizan. En esa lógica, el liderazgo efectivo no se mide por seguidores, sino por cuántos nuevos líderes surgen a partir de él.
Educar para que otros decidan
Del mismo modo, la pedagogía crítica de Paulo Freire en Pedagogía del oprimido (1968) propone pasar de una educación bancaria a una problematizadora, donde estudiantes y docentes co-crean conocimiento. La «concientización» transforma el aula en un espacio donde el poder circula y produce autonomía. Así, enseñar deja de ser transferir respuestas y se convierte en habilitar preguntas, juicio y acción; es decir, en empoderar.
Organizaciones que comparten la toma de decisiones
En la práctica organizacional, el liderazgo servicial de Robert K. Greenleaf (1970) plantea que el primer deber del líder es hacer crecer a otros. Modelos participativos, presupuestos abiertos y equipos autónomos muestran que la descentralización mejora aprendizaje y compromiso. Comunidades de software libre ilustran este principio: el mérito se comparte, el conocimiento se documenta y el acceso se democratiza, de modo que el poder se convierte en un bien regenerativo.
Una ética donde el poder se expande
Asimismo, Hannah Arendt sostuvo en On Violence (1970) que el poder surge cuando la gente actúa en concierto; por eso, compartirlo lo fortalece. Lejos de diluir autoridad, el empoderamiento la legitima, pues la comunidad reconoce su propia agencia. Esta mirada reubica la responsabilidad: la medida del poder no es cuánto controla, sino cuánta capacidad crea en su entorno.
Prácticas concretas para empoderar hoy
Finalmente, el principio se aterriza con gestos específicos: mentoría y patrocinio que abran puertas reales; rotación de roles para distribuir visibilidad; atribución explícita del mérito; transparencia informativa para decisiones informadas; y microfinanciamiento de iniciativas emergentes. Al convertir oportunidades en infraestructura para otros, el poder deja de ser un privilegio escaso y se vuelve un circuito de aprendizaje compartido, fiel al llamado de Morrison.