Habilidades útiles, práctica constante: la vía eficaz
Utiliza tus habilidades donde se necesiten y perfecciónalas con la práctica. — Benjamin Franklin
De la utilidad a la maestría
El aforismo condensa un doble imperativo: poner las habilidades al servicio de una necesidad concreta y, acto seguido, pulirlas mediante práctica consciente. Así, la competencia no se legitima en el vacío, sino en la respuesta a problemas reales. Franklin encarnó esta dinámica desde joven: para mejorar su estilo, imitaba ensayos de The Spectator, los reescribía de memoria y comparaba resultados, afinando cada giro (The Autobiography, 1791). Esa metodología —aplicar, medir, corregir— convirtió al aprendiz de imprenta en un comunicador eficaz. De este modo, la utilidad y la mejora dejan de ser etapas separadas y se convierten en un mismo movimiento.
Pragmatismo ilustrado de Franklin
Sobre esa base práctica, su pragmatismo ilustrado privilegió el impacto comunitario. En Filadelfia impulsó la primera biblioteca de suscripción (1731) y una brigada de bomberos voluntarios, trasladando destrezas organizativas allí donde la ciudad las requería (The Autobiography, 1791). No se trataba solo de saber, sino de ‘bien hacer’: “Well done is better than well said”, proclamó en Poor Richard’s Almanack (1732–1758). Ese énfasis en la ejecución enlaza con la primera idea: al orientar el talento hacia necesidades compartidas, la práctica gana dirección, y al ganar dirección, la práctica se vuelve más efectiva.
La ciencia de la práctica deliberada
Pasando del siglo XVIII a la investigación moderna, la práctica que perfecciona no es repetición ciega, sino deliberada. Anders Ericsson mostró que fijar metas específicas, recibir retroalimentación inmediata y trabajar en el borde de la capacidad acelera la pericia (Peak, 2016). Asimismo, Carol Dweck explicó cómo una mentalidad de crecimiento interpreta el error como insumo de aprendizaje, no como veredicto (Mindset, 2006). En conjunto, estas evidencias respaldan a Franklin: cuando el ejercicio se inserta en tareas reales y desafiantes, el circuito entre utilidad y mejora se cierra y se potencia.
Elegir el frente correcto
Ahora bien, “usar donde se necesiten” exige detectar el problema correcto. El valor surge del acoplamiento entre habilidad y contexto. Florence Nightingale lo demostró aplicando estadística a la sanidad militar: con sus diagramas de área polar convenció a autoridades para reformar hospitales, reduciendo mortalidad por enfermedad (Notes on Matters Affecting the Health, 1858). Su pericia habría sido menor sin ese objetivo urgente; a la vez, el objetivo encontró solución gracias a su pericia. La lección enlaza con Franklin: antes de practicar, hay que orientar; y al orientar, la práctica se vuelve más incisiva.
Ciclos cortos: medir, ajustar, repetir
En consecuencia, conviene practicar en ciclos cortos: probar, medir y ajustar. El ciclo PDCA de Deming sistematizó esta cadencia en la industria (c. 1950), mientras que John Boyd la destiló en su bucle OODA para decisiones rápidas (años 70). Ambos modelos invitan a ensayar en escenarios reales de bajo riesgo, extraer datos y refinar la habilidad para el siguiente intento. Así, la práctica no se agota en horas acumuladas; se convierte en aprendizaje compuesto donde cada vuelta eleva la aportación al problema que nos convoca.
Del progreso individual al bien común
Finalmente, cuando el perfeccionamiento se dirige a necesidades auténticas, el beneficio trasciende al individuo. Comunidades y organizaciones acumulan confianza y resiliencia, porque las capacidades probadas en el campo generan reputación y abren nuevas oportunidades. La cultura del software libre lo evidenció con su “release early, release often”, donde versiones tempranas responden a demandas reales y, mediante iteración, alcanzan robustez (Eric S. Raymond, The Cathedral and the Bazaar, 1997). Así se cumple el dictamen de Franklin: sirviendo primero, mejoramos; mejorando, servimos mejor.