Convicción y risa: el arte de caminar

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Camina con el peso de tus convicciones y la ligereza de tu risa. — James Baldwin
Camina con el peso de tus convicciones y la ligereza de tu risa. — James Baldwin

Camina con el peso de tus convicciones y la ligereza de tu risa. — James Baldwin

Peso y ligereza: un equilibrio vital

Para empezar, la sentencia de Baldwin propone una marcha interior con dos fuerzas complementarias: el peso de lo que creemos y la ligereza que nos concede la risa. Caminar, aquí, no es huir ni quedarse inmóvil, sino sostener el rumbo sin que la gravedad se vuelva carga tóxica. En esa tensión fértil, la dignidad no renuncia al júbilo; al contrario, lo necesita para avanzar. Así, la solemnidad se templa con aire, y el humor se compromete con la verdad.

Convicciones que sostienen el paso

De este modo, el “peso” nombra la responsabilidad de mirar de frente la verdad. En La próxima vez, el fuego (1963), cartas y ensayos de Baldwin afirman una ética del testimonio: no maquillar el dolor, no negociar la humanidad. Ese lastre elegido organiza el paso—marca ritmo, impide frivolidades—y, sin embargo, no condena al agotamiento, porque su finalidad es abrir futuro, no condecorar el sufrimiento. Por eso, el peso de las convicciones se lleva como brújula, no como cadena.

La risa como resistencia

A continuación, la risa entra como acto de resistencia y cuidado. En el histórico debate de Cambridge (1965), su ingenio desarmó tensiones sin diluir la denuncia; y en Si Beale Street pudiera hablar (1974), los personajes se abrazan a una ternura que hace respirable la injusticia. Esa ligereza no niega la herida: la ventila. Por ello, el humor—heredero de tradiciones orales y del púlpito—se vuelve fisiología del ánimo colectivo, una forma de seguir caminando cuando las piernas tiemblan.

Ritmo del viaje: insistir y soltar

Por otra parte, caminar exige ritmo: saber cuándo insistir y cuándo soltar. Baldwin lo entendía como una poética de la marcha—avances, pausas, desvíos—que se lee en Nadie conoce mi nombre (1961) y No Name in the Street (1972): viajar para ver mejor, regresar para decir mejor. La ligereza protege del dogmatismo y permite rectificar; la convicción, a su vez, evita que la ironía se convierta en cinismo. Así, el paso se vuelve sostenible, y el trayecto, habitable.

Comunidad que aligera la carga

Asimismo, el equilibrio se hace comunidad. Ve y dilo en la montaña (1953) muestra cómo la música y la oración convierten el peso en cadencia compartida. Cuando una risa contagia, redistribuye la carga; cuando una convicción se vuelve común, amplifica el alcance. En consecuencia, la marcha ya no es solitaria: se ensaya en coros, cocinas y plazas, donde el cuidado cotidiano mantiene despierta la esperanza y disciplina la indignación. Caminar juntos es convertir el esfuerzo en armonía.

Una práctica de alegría lúcida

Finalmente, la frase sugiere una disciplina concreta. Antes de actuar, recordar el porqué (peso); después de actuar, buscar el respiro (ligereza). Diseñar rituales breves—una broma, una canción, una caminata—que oxigenen el compromiso; y establecer límites que preserven la ternura del cansancio. Así, cada día ensaya la misma lección: sostener sin endurecerse, reír sin evadirse. Caminar, en suma, como quien lleva una antorcha y, a la vez, sabe bailar.