Imaginación que traza rutas, acción que avanza

Deja que tu imaginación tienda las vías; luego avanza con paso firme hacia los lugares que señala. — Safo
La brújula interior de la imaginación
La sentencia atribuida a Safo propone un orden fértil: primero imaginar, luego avanzar. No es evasión, sino orientación; la imaginación actúa como cartógrafa que dibuja vías sobre un territorio aún no recorrido. Al tender esos rieles invisibles, sugiere qué merece nuestro paso y qué estaciones conviene evitar. Así, lejos de oponer fantasía y firmeza, la frase las ensambla: visión para elegir el norte, voluntad para sostener el trayecto. Para entender la raíz clásica de esta alianza, conviene regresar a la lírica de Safo, donde deseo y decisión dialogan sin estridencias.
Safo y el mapa del deseo
En el célebre fragmento 16, Safo escribe: “Unos dicen que caballos, otros que infantería… pero yo digo que lo más bello es aquello que se ama”. Allí, el deseo selecciona el horizonte y, con él, el camino; la mirada interior convierte lo amado en destino. La imaginación, por tanto, no es capricho, sino brújula afectiva que señala “los lugares” de la frase. Ahora bien, si la dirección brota del amor, el movimiento exige técnica: ¿cómo convertir una imagen ardiente en avance medible? La respuesta comienza en el cuerpo y la mente.
De la imagen al movimiento
William James, en The Principles of Psychology (1890), describe el principio ideomotor: imaginar una acción tiende a suscitarla. La simulación mental prepara rutas neuronales y reduce la fricción del primer paso, como muestran estudios sobre imaginería motora en atletas y músicos. Así, tender vías es ensayar el trayecto hasta que el pie lo reconoce. Sin embargo, la intención por sí sola se disipa si no se estructura. Para que el impulso no se evapore, hace falta convertir la visión en condiciones concretas de ejecución que anclen la promesa al día.
Estructura: del impulso al plan
Peter Gollwitzer (1999) demostró que las “intenciones de implementación” —fórmulas si-entonces del tipo “si es lunes a las 7, entonces escribo 20 minutos”— multiplican la probabilidad de actuar. Complementariamente, Gabriele Oettingen (2014) propuso el contraste mental y el método WOOP: visualizar el deseo, reconocer el obstáculo real y definir una respuesta específica. Así, la imaginación no queda flotando; se convierte en rieles con traviesas de tiempo, lugar y acción. Con este andamiaje listo, las visiones dejan de ser promesas vagas y se vuelven pasos firmes. Veamos cómo opera esto en la práctica creativa y científica.
Rieles en el arte y la ciencia
Gabriel García Márquez imaginó Macondo antes de cada jornada, pero avanzó con disciplina diaria hasta Cien años de soledad (1967), donde la constancia volvió habitable un lugar soñado. En ciencia, Marie y Pierre Curie (1898) conjeturaron “rayos” desconocidos y, mediante protocolos repetibles, aislaron el radio: visión + método = descubrimiento. Incluso los hermanos Wright, tras soñar el vuelo, construyeron túneles de viento y registraron cada ajuste hasta 1903. En todos los casos, la vía se tendió en la mente y el avance ocurrió en el taller. Con todo, imaginar y ejecutar también exige calibrar el rumbo con la realidad.
Responsabilidad y calibración del rumbo
Karl Popper, en Conjeturas y refutaciones (1963), recordó que toda visión necesita pruebas que la contradigan. Así, los rieles se enderezan con feedback: prototipos, lecturas críticas, datos. Ortega y Gasset, en Meditaciones del Quijote (1914), apuntó que somos “yo y mi circunstancia”; la vía ideal debe ajustarse al terreno. Este contraste no enfría la imaginación: la afina. El avance, entonces, es firme porque escucha; una corrección a tiempo evita descarrilar más lejos. Con ese espíritu, un breve ritual diario puede unir el impulso de Safo con la disciplina contemporánea.
Un ritual para tender vías cada día
Primero, imagina un destino concreto y nítido (tres líneas bastan). Luego, contrástalo con el obstáculo más probable y define tu respuesta si-entonces: “si abro el portátil a las 8, entonces redacto el párrafo inicial”. Después, establece el primer paso verificable de 20–30 minutos y ejecútalo sin negociar. Finalmente, registra una métrica mínima y una nota de ajuste para mañana. Así, la imaginación tiende las vías y cada jornada añade un tramo sólido. Paso a paso, los lugares que señala dejan de ser promesa y se vuelven territorio.