La destreza que nace en plena adversidad

Cuando lleguen las tormentas, practica llevar el timón; la destreza crece en la adversidad. — Søren Kierkegaard
Del timón a la existencia
Para empezar, la imagen del timón convierte la adversidad en una escuela del yo. En Kierkegaard, el sí mismo no es una cosa dada, sino una relación que se relaciona consigo misma ante lo absoluto, como expone La enfermedad mortal (1849). En ese marco, la tormenta no solo amenaza: también revela. La oscilación de las olas muestra cuánta atención, coraje y responsabilidad es capaz de reunir quien conduce. Así, cuando el mar se levanta, el yo encuentra ocasión de ejercitar su mando. El timón no es mero instrumento; es el punto donde la interioridad se vuelve acto. Y con cada giro decidido, la persona aprende a distinguir entre el pánico y la vigilancia lúcida.
Elegir en medio del oleaje
De ahí que la destreza se nutra de la elección. En O lo uno o lo otro (1843), Kierkegaard insiste en que elegimos y, al elegir, nos constituimos. La tormenta comprime el tiempo, obliga a discernir lo esencial de lo accesorio y a convertir el juicio en acto. Cada decisión clara en condiciones turbias mejora la siguiente. Además, La repetición (1843) sugiere que la identidad se consolida no por un destello aislado, sino por la reiteración de actos coherentes. Mantener rumbo bajo presión no es casualidad: es fruto de un modo de elegir que, repetido, se convierte en segunda naturaleza.
La angustia como maestra de libertad
Sin embargo, toda elección en serio convoca vértigo. El concepto de la angustia (1844) describe ese mareo ante la posibilidad como un indicador de libertad, no como un defecto. La angustia señala que hay alternativas reales y, por tanto, responsabilidad. Aprender a habitarla es aprender a navegar. En Temor y temblor (1843), el salto de fe no elimina el temblor; lo ordena. De modo análogo, en la tormenta no desaparece el ruido del viento, pero se vuelve marco de atención. Practicar el timón en ese ruido transforma la angustia de enemiga en instructora.
Antifragilidad y práctica deliberada
En esa línea, Nassim N. Taleb en Antifrágil (2012) sostiene que ciertos sistemas mejoran con el desorden. La destreza es uno de ellos: se afila cuando encuentra resistencia. La investigación sobre práctica deliberada (K. Anders Ericsson, 1993) muestra que el progreso exige retos específicos, feedback inmediato y repetición intencional. Un ejemplo elocuente: el retorno seguro del Apolo 13 (1970) fue posible porque tripulación y control de misión habían ensayado fallos imposibles en simuladores. La tormenta real activó rutas neuronales templadas en tormentas simuladas. Practicar el timón, incluso en calma, prepara para sostenerlo cuando cruje la madera.
Carácter, virtud y constancia
Con el tiempo, lo practicado cuaja en carácter. Aristóteles, en la Ética a Nicómaco II, explica que las virtudes se adquieren por hábito: actuamos valerosamente, y así deviene estable el valor. La constancia se forma a fuerza de microdecisiones sostenidas bajo condiciones imperfectas. Los estoicos lo dijeron con otro acento: en De Providentia, Séneca propone que la fortuna prueba a los fuertes para que se fortalezcan. No se trata de buscar la tormenta, sino de no desperdiciarla cuando llega. Cada embate puede tallar la moderación, la paciencia y el juicio que el mar tranquilo no exige.
Liderazgo sereno y cierre de rumbo
Cuando el carácter madura, también guía a otros. Ernest Shackleton, durante la expedición Endurance (1915–1916), sostuvo rutinas, repartió riesgos y preservó la moral hasta rescatar a toda su tripulación. Su timón fue una combinación de calma, adaptabilidad y comunicación clara bajo una presión extrema. Por último, la enseñanza de Kierkegaard se vuelve práctica: ensaya en calma lo que aplicarás en crisis, acepta la angustia como señal de libertad y decide con repetida serenidad. La destreza no es un don caprichoso; es la forma que adopta el coraje cuando aprende a navegar.