Finalmente, la máxima de Ai se traduce en un método. Primero, declara tu intención en una oración clara y pública; segundo, fija criterios de verificación (materiales, presupuesto, plazos). Tercero, fabrica un prototipo y muéstralo para recibir fricción real. Después, itera y documenta: la bitácora es la memoria que vincula palabra y proceso.
Al cerrar, entrega evidencias de cumplimiento —medidas, fotos, código, costos— y formula la próxima promesa desde lo aprendido. Así, el ciclo palabra–mano deja de ser eslogan y se vuelve hábito productivo. Como en el taller y en la plaza, lo que se dice convoca, y lo que se hace confirma: solo entonces la obra existe de verdad en ambos mundos. [...]