Finalmente, llevar la máxima a la práctica implica diseñar micro-revoluciones. Señales hechas a mano que orienten colas con humor, huertos pintados en patios, datos ciudadanos convertidos en afiches legibles o un mural colaborativo frente a una escuela pueden reencender vínculos. Bogotá mostró algo parecido cuando Antanas Mockus empleó mimos en los noventa para cambiar hábitos de tráfico: pequeñas escenas estéticas reeducaron la ciudad. Así, esparcir colores atrevidos no es un adorno; es ensayar, día tras día, la forma sensible de la comunidad que queremos. [...]