Finalmente, si las naciones se edifican con amor expresado en actos, conviene inventar rituales sencillos y repetibles. Nombrar el logro del día en voz alta, escribir una nota de gratitud, ofrecer una hora de oficio manual a un vecino, reparar un banco público o plantar un árbol son formas concretas de celebrar con las manos. Cada práctica, repetida y compartida, se vuelve cultura. Y cuando esa cultura privilegia el cuidado y la creación, el amor deja de ser un sentimiento abstracto para volverse infraestructura moral; justo allí comienza a levantarse una nación habitable. [...]