Para practicar esa claridad, comencemos por definir con exactitud aquello que tememos, como si buscáramos una coordenada celeste; luego, pidamos evidencia, estimemos tasas base y digamos en voz alta lo que ignoramos. Preguntarnos '¿qué me haría cambiar de opinión?' evita trampas mentales, y cotejar nuestras ideas con otros calibra el foco. Por último, conservemos el asombro: nombrar una estrella no agota su luz; del mismo modo, ir más allá del miedo no extingue el misterio, lo hace habitable. [...]