Finalmente, traducir el latido en pintura puede implicar pequeños rituales: empezar con estudios rápidos sincronizados con la respiración; alternar minutos de ataque veloz y pausas de escucha del cuadro; elegir paletas limitadas que favorezcan decisiones inmediatas. Incluso pintar de pie, a escala del cuerpo, ayuda a que el brazo lleve el pulso hasta la brocha.
Con estas prácticas, el círculo se completa: el corazón precipita el gesto, el lienzo registra la acción y, al mirarlo, el propio espectador siente en su cuerpo la respuesta. [...]