En definitiva, la visión de Gibran nos invita a reconocer nuestras propias cicatrices, no como motivos de vergüenza sino como partes esenciales del viaje humano. Así como el arte japonés del kintsugi repara con oro las fracturas en la cerámica, nuestras heridas, bien reconocidas y asimiladas, pueden convertirnos en seres más completos y resilientes, marcando así la grandeza de nuestro carácter. [...]