Keats murió con 25 años (1821) y pidió un epitafio humilde: Aquí yace aquel cuyo nombre fue escrito en agua. Sin embargo, el verso que proclamó la alegría duradera ha sobrevivido a su fragilidad biográfica. La paradoja ilumina su punto central: lo bello no niega la finitud; la vuelve habitable. Así, su declaración no es una promesa de eternidad literal, sino la convicción de que ciertos encuentros con el mundo guardan un poder de retorno. Y cada regreso, por pequeño que sea, renueva la alegría. [...]