Para que no quede en metáfora, conviene ritualizarla. Cada día: una tarea hecha por puro dominio (25 minutos sin distracciones), un gesto de amor deliberado (escucha plena, una disculpa, una gratitud específica) y 30 segundos de baile o juego corporal. Pequeñas dosis, repetidas, reconfiguran hábitos.
Finalmente, cerrar el círculo exige prudencia: pagar cuentas, cuidar límites y respetar contextos. La autenticidad no es licencia para la imprudencia; es una orientación. Con ese equilibrio, trabajar, amar y bailar se convierten en una sola práctica de libertad. [...]