Para cerrar el círculo, conviene volver al día concreto. Por la mañana, escribir una línea de intención —un verso guía— y elegir un acto de cuidado. Al mediodía, convertir una tarea ordinaria en ceremonia: cocinar con atención, llamar a quien lo necesita, dejar un lugar más limpio que como lo hallamos. Por la noche, un balance breve: ¿qué belleza surgió cuando el corazón actuó?
Con estas pequeñas prácticas, la vida adquiere compás. El poema no se publica: se vive. Y la belleza, lejos de ser lujo ocasional, se vuelve clima interior que brota cada vez que transformamos amor en obra. [...]