Por último, todo puente demanda ética: no se empuja a nadie a cruzar ni se promete una orilla inexistente. Jung advirtió sobre la inflación del yo y la proyección de la sombra, riesgos que convierten puentes en trampas si se manipula el símbolo (Aion, 1951). La responsabilidad consiste en probar la estructura—pilotear la idea, escuchar resistencias, ajustar materiales—antes de invitar a otros. También en respetar el ritmo: cada viajero decide cuándo y cómo atravesar. Un buen puente señala su capacidad de carga y sus desvíos; del mismo modo, una idea honesta declara sus supuestos y límites. Solo así lo posible no se vuelve propaganda, sino promesa cumplible. Al cuidar el cruce, honramos la finalidad junguiana: que el sentido nacido adentro encuentre forma afuera sin perder su verdad ni dañar a quienes confían en él. [...]