En última instancia, la enseñanza de Rumi se vuelve práctica: pequeños ritos de atención (silencio breve, gratitud, servicio) mantienen al corazón en movimiento sin precipitarlo. En la tradición sufí, la khidma —el servicio humilde— pule la mirada: al cuidar al otro, la línea del horizonte se corre hacia un nosotros más amplio.
Así, la frase no promete un destino, sino un modo de andar: cada paso interior reescribe el contorno del mundo. Persistir en ese avance compasivo es aceptar que la vida es un dibujo en curso; y que, mientras el corazón siga moviéndose, siempre habrá más horizonte que descubrir. [...]