Por último, en tiempos digitales, el reto es sostener la llama sin deslumbrarse con pantallas. Bibliotecas de barrio, clubes de lectura y proyectos itinerantes como el Biblioburro en Colombia (desde fines de los 90) recuerdan que el acceso importa tanto como el deseo. Pequeños rituales —lectura en voz alta, subrayar, conversar lo leído— añaden leña al proceso. Cada sílaba que un niño deletrea, cada párrafo que un adulto comparte, reaviva ese fuego civilizatorio que Hugo vislumbró: una luz portátil que acompaña, abriga y orienta. [...]