Finalmente, un jardín no florece por apremio, sino por cuidado constante. The Waves (1931) vibra con mareas de conciencia que suben y bajan: así deberían latir nuestras horas. Cuando el día se desordena, no se arranca la planta; se poda y se vuelve a regar.
Esta ética suave evita el perfeccionismo y cultiva la continuidad. Con cada jornada atendida, el suelo se enriquece; con cada pausa auténtica, se abren pasajes. Entonces, como promete la frase de Woolf, la sorpresa ya no es intrusa: encuentra su camino. [...]