Para que la idea se vuelva huella, conviene crear un pequeño ritual: iniciar el día con una intención concreta, caminar un tramo observando cómo el entorno la tensiona, y cerrar anotando qué cambió en la ruta y en nosotros. Así cada jornada deja un registro, no de kilómetros, sino de aprendizaje.
Asimismo, conviene devolver algo al camino: limpiar un sendero, apoyar una economía vecina, mapear saberes locales. Al narrar luego ese trayecto—en un cuaderno, una charla comunitaria o un proyecto—transformamos el paso en relato compartido. De este modo, como quería Tagore, el suelo que pisamos no solo sostiene; también nos enseña y nos recuerda quiénes elegimos ser. [...]