Reconocer derrotas parciales evita el triunfalismo: hay avances que retroceden y victorias que cuestan. Sin embargo, un realismo esperanzado pide medir el progreso por trayectorias largas y por vidas concretas mejoradas. En lo cotidiano, esto se traduce en tres hábitos: mantener un inventario de victorias morales, cultivar comunidades que sostengan la práctica del amor, y convertir la indignación en acciones específicas y verificables.
Así, cuando la desesperación golpee, la memoria disciplinada nos devuelve a la ruta: la verdad marca el rumbo, el amor impulsa el paso, y el tiempo termina por abrir el camino. [...]