Por último, mantener el pulso sin caer en la rigidez exige distinguir entre humor que alivia y humor que evita. El primero permite pausar y reintentar; el segundo posterga. Un ritual de cierre—revisar qué funcionó, agradecer el intento y planear el siguiente paso—evita la ‘positividad tóxica’ y honra el esfuerzo. Así, continuidad y ligereza marchan juntas: el obstáculo se respeta, pero no se venera. [...]